EL
VICTIMISMO
El hombre
es un animal racional. Para actuar en el mundo, se forma una representación de éste,
usando su inteligencia con una intensidad y precisión que lo hacen único en la
naturaleza conocida. Es capaz de leer dentro de las apariencias del mundo, las consecuencias
de sus fenómenos. Lo hace con mucho mayor precisión y alcance que el resto de
los animales, gracias al pensamiento racional.
Pero el
hombre no es nativamente racional o más precisamente, lo es solo en potencia.
La racionalidad surge de su motivación extraordinaria por asegurar el futuro. Digo
extraordinaria por cuanto los demás seres vivos también tienen necesidades a
futuro, como perpetuar la especie; pero por no manejar la racionalidad, su proyección
del futuro es limitada. Solo el hombre se pre-ocupa.
No obstante,
es importante recordar, que el pensamiento racional se forma sobre una base no
racional. El mundo nos impacta y estimula nuestra sensibilidad; y basados en
esa emoción primaria, construimos racionalmente una representación del mundo. Esta
es la función básica de la inteligencia: interpretar nuestras emociones,
ordenándolas racionalmente. Así lo hacen los niños.
Pero el
hombre tiene por condición no satisfacerse con esa racionalidad básica.
Luego de formarse esa representación del mundo puede “ensimismarse” para usar
más intensamente su racionalidad, dándose certezas y trazando un plan hacia el
porvenir. Fijarse propósitos, es lo que nos distingue de los otros seres
vivos más o menos complejos, Es así como usamos nuestra inteligencia cronológicamente,
proyectando nuestro devenir, en ordenes de magnitud incomprensibles e
inconmensurables para el resto de los animales.
Sucede en
el desarrollo de las comunidades humanas una dinámica que pretendieron
interpretar O. Spengler y A. Toynbee[1]
en el siglo pasado: La comunidad humana va “sofisticándose” hasta su fatal
colapso (fatal según esos historiadores), acumulando técnicas que hacen la vida
humana, individual y socialmente, más fácil. Vivimos, creo yo, una de esas
épocas de plenitud, donde la técnica nos rodea en tal magnitud, que el hombre
individualmente va perdiendo su aptitud de darse soluciones él mismo a través
de su inteligencia. El hombre usuario de la ultra-tecnología, paradojalmente deja
de ser el individuo nativamente tecnológico y se hace más vulnerable y
dependiente de la sociedad. Un hombre del siglo XVIII y anteriores, debía
manejar un arsenal de habilidades técnicas directamente él, para poder
sobrevivir. El hombre del siglo XXI puede vivir siendo un auditor-espectador completamente
pasivo, por cuanto dentro de otros mecanismos a su disposición está el dinero como
hoy lo conocemos -formidable invento técnico del último cuarto del siglo XX[2]-
el que nos permite vivir más o menos holgadamente, proveyéndonos de bienes y
servicios que hacen posible la vida cotidiana. Y gran parte de la humanidad
vive en esa condición, con un casi total desconocimiento de como funcionan
todos los artefactos e instituciones tecnológicas que nos rodean y que hacen
posible nuestra vida cotidiana.
Esta tan artificial
condición que rodea al hombre contemporáneo, es -creo yo - la causa basal de tantísima
estulticia que inunda la vida social. En efecto, la realidad, o la
circunstancia diría Ortega, impacta emocionalmente los sentidos y la función
básica de la inteligencia es -como señalé- crearse una representación del mundo
fundada en ese impacto. Luego de ese ejercicio inicial de la razón, el hombre
de los siglos pretéritos, debía necesariamente ensimismarse para trazar el
propósito radical de su vida individual. Aquello era esencial para sacar su
vida adelante. Sin ese ejercicio racional se arriesgaba a perecer superado
por las circunstancias. En una sociedad menos artificial que la nuestra, donde
las personas manejasen nativamente ese arsenal de habilidades para encarar el
medio natural, la fortaleza que inspiraban esas habilidades, nos ofrecía una
representación del mundo no contaminada por la angustia.
Angustia;
temor opresivo sin causa precisa. Esa es la verdadera pandemia que asola a
la humanidad que vive bajo las circunstancias de la modernidad tecnológica.
Es una emoción solapada que se esconde en diversidad de actitudes y también en poses
pretendidamente intelectuales. Saberse tan precario e impotente frente a un
medio tan pródigo en cosas nos genera un desasosiego muy intenso. El opio para
superar esta angustia es el dinero. Carecer o arriesgarse a carecer de este funny
paper es causa de enorme desasosiego. Esta angustia escala a una verdadera
aversión al riesgo y una demanda hasta el límite del absurdo, de seguridades. Es la angustia de saberse presos en esa jaula
dorada que mencionó Max Weber, angustia de la cual ha surgido una
representación del mundo gravemente torcido.
La angustia
paraliza. Impide que pasemos a la segunda fase de la racionalidad, la más
provechosa de este don; el forjarnos un trazado, un programa vital, un plan de
ataque a las circunstancias que nos rodean; el ejercer nuestra genuina
humanidad libertaria. Morosos de cumplir con esta tarea que nos permite nuestra
condición, es fácil ceder al síndrome de las masas según la define Ortega y
Gasset[3].
Señalé que
este fenómeno es causa de poses pretendidamente intelectuales porque el cuerpo
de ideas que identifican esta emoción paralizante de la angustia no es fruto de
un examen del hombre en su globalidad. No es fruto del ensimismamiento. Los portaestandartes
de los “indignados” modernos se encierran en recetas y constructos ideológicos
cerrados. Para “recoger esta inquietud”[4]
la generación de intelectuales franceses de la post guerra han sido los portaestandartes
de constructos intelectuales por los cuales millones de hombres masa nos
sorprenden cotidianamente con las rebeliones más absurdas que se tenga
conocimiento, desde que los teólogos de Bizancio discutían sobre el sexo de los
ángeles, con los turcos ad portas. El radicalismo de estos constructos
intelectuales, despreciando las evidencias de la realidad más elementales,
edifican inferencias que llevan al desprecio de la realidad empírica, tildada como
“relato”. Reconozco que a la mayoría de estos autores no los he leído ni lo
haré porque hacerlo me representa por lo aburrido, una condena a las galeras.
Pero me he esforzado en hundirme en la lectura de Jaques Derrida, autor de
libros con lomo[5]. Sorprende
la validez que le concede la “intelligentia” académica a un autor de extensas galimatías,
tan inútiles como un tratado sobre el número de ángeles que caben en la cabeza
de un alfiler. La deconstrucción derridiana se podría sintetizar en un, “no
se de donde viene el mundo, a donde va, ni me interesa saberlo. Tengo tiempo y dinero
para darme ese lujo. En cualquier caso, el orden social capitalista, patriarcal
(y otros anatemas); hay que destruirlo porque es opresivo”.
Marx se
refiere a la opresión, con un fundamento bastante empírico: la condición de los
obreros del siglo XIX en las ciudades industriales del Reino Unido. Ya no
existe esa opresión. Pero la palabra “pega” y el post marxismo la usa para
caracterizar cualquier fenómeno. En efecto, para las “doctrinas” post modernas,
hijas de esta visión del mundo deconstruido, la sociedad es por definición opresiva.
Si; en esa misma sociedad ultra tecnológica que hace posible vivir y ganarse
el pan sin el sudor de la frente, en doctrinas nacidas en los idílicos y
pacíficos cafetines parisinos, paladeando un sabroso calvado y una pipa de tabaco
aromatizado, se infiere una conducta muy en boga: El victimismo.
Los
homosexuales son víctimas, los niños son víctimas, los negros son víctimas, los
indios son víctimas, las mujeres son víctimas, los que delincuentes terroristas
son víctimas, los que ensucian y destruyen la ciudad son víctimas, los
trabajadores, los empleados, los pensionados, los consumidores, y una larguísima
lista de etcéteras. Jocosamente esta expansión exponencial de las víctimas, va
reduciendo el número de victimarios hasta límites también absurdos.[6]
En su libro
(que he releído tres veces) El Mundo de Ayer, Stegfan Zweig nos relata
el colapso de la Europa ilustrada por la estulticia de las elites. ¿Recrearemos
la autodestrucción de nuestro mundo ultra sofisticado? ¿Serán capaces los
indignados con su estulticia de demoler este orden social que ha casi
erradicado la pobreza, la enfermedad y transformado el mundo en un lugar
infinitamente más propicio para la vida humana?
No creo en
las doctrinas de Spengler sobre la fatalidad de la historia, ni de ninguna
escatología en boga que huela a determinismo humano o divino. Pero tengo que
reconocer que me cuesta imaginar por donde podemos salir de este atolladero en
que se encuentra el mundo occidental, creado a mi juicio, por el mismo
facilismo de la vida moderna.
Junio 2020
[1] La Decadencia de
Occidente y Estudio de la Historia
[2] Véase de este
autor http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2017/05/eldinero-la-tecnica-y-el-senorio.html
[3] La Rebelión de
las Masas
[4] ¡Qué giro idiomático más característico
del buenismo en boga!!
[5] Mi profesor de la Escuela
de Derecho de la Universidad de Chile don Hugo Rosende Subiabre, se refería de
ese modo a los libros de tratadistas qué según él, decían lo fácil de un modo difícil.
Me consta que don Hugo nos enseñaba lo difícil de un modo fácil.
[6] De pronto una
mujer mapuche y empresaria, es por definición victimaria.
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