EL
DINERO, LA TÉCNICA Y EL SEÑORÍO
Pretendo
sintetizar en el papel, algunas ideas relacionadas con los medios y los fines
de nuestra vida personal referidos a la técnica en general y al dinero en
particular, siguiendo las ideas de José Ortega y Gasset expresadas en sus
ensayos, “Que es la técnica” y “El Hombre
y la Gente”. Me he detenido a reflexionar sobre el dinero, y el error común
que se deriva de la omnipresencia de esta artificial entidad, que nos induce a
confundirla con las circunstancias naturales que acompañan la vida humana.
Es el dinero una
creación técnica, fruto del ingenio humano. Sus cualidades son muy singulares
si las comparamos con otras técnicas. Se trata de una complejísima entelequia
convencional, en que no basta para su uso, la voluntad humana enfrentada con
meras cosas, carentes de voluntad; tal como la pala, el automóvil, etc. En el
caso de esas cosas, la voluntad humana actúa sobre algo pasivo. El dinero
también es una cosa, pero demanda para su funcionalidad, la concurrencia de
múltiples voluntades, en distintos rangos de decisión. Por una parte, requiere
de una autoridad coercitiva – por lo general jurídicamente sancionada - que
impone su función y propicia estabilizar su valor de cambio; pero también,
requiere de la voluntad los usuarios, que le deben conferir la credibilidad
necesaria para cumplir su objetivo. El soporte subjetivo que el dinero tiene
para ser un medio técnico útil y efectivo para quienes lo usamos, -es decir
para casi todos los seres humanos del planeta- demanda complejos conocimientos
técnicos y relaciones de poder, siempre susceptibles de tornarse inestables.
¿Qué es, esta cosa
que se llama dinero? Encontraremos muchas y sofisticadas definiciones en
tratados de economía. Al fin de nuestro análisis, podemos decir taxativamente,
que es un medio de cambio de bienes económicos, comúnmente aceptado (y en lo
posible, universalmente aceptado), que permite acumular valor y/o esfuerzo
humano, del modo más efectivo posible.
Ha sido
plausible el esfuerzo, que a través de la historia – sobre todo la reciente-
han desarrollado economistas y estadistas para darle la mayor fiducia y
eficiencia al sistema monetario, a fin que el dinero represente el espejo más
nítido posible, de los esfuerzos individuales y sociales que crean riqueza.
Siempre me ha llamado la atención, la frivolidad de los juicios críticos que se
hacen en nuestro mundo, sobre la eficacia de los sofisticados medios técnicos
inventados por el ingenio humano. He visto un grupo de pasajeros transformarse
en energúmenos que reclaman airadamente, al suspenderse un vuelo en que debían
embarcarse para cruzar el atlántico, porque hubo un fallo técnico que le
impedía volar a la aeronave que debían abordar. Sin embargo, nunca he visto a
nadie que se abrace ni vitoree al piloto o al gerente de la línea aérea, cuando
se produce el logro sorprendente de que ese avión despegue. Con respecto al
dinero hago un esfuerzo personal para sorprenderme cotidianamente, porque, el
esfuerzo que realicé ayer, mañana tendrá un valor económico, gracias a que lo
traduje a una medida de valor que es -nada más y nada menos- el dinero. A mi
juicio, el dinero como medio técnico, es un logro de la inteligencia, más
sofisticado incluso que los circuitos integrados o los logros de la electrónica
moderna. La electrónica es pasiva. Por una sola vez el inventor constató la
reacción de los elementos físicos, en sentido de estímulo-consecuencia donde
los elementos físicos son esclavos del estímulo. El dinero en tanto es un
invento móvil y mutante que demanda la prudencia de los gobernantes y la
fiducia de los usuarios, y puede verse afectado cotidianamente por la
subjetividad humana. Deben los expertos y autoridades monetarias, estar
permanentemente confirmando y sofisticando los conocimientos adquiridos para
conservar la fidelidad de quienes lo usan en una realidad social y económica
mutante. Nuestra, ahora centenaria, cantora y poetisa Violeta Parra, nos
recuerda agradecer a la vida, cuando
somos testigos del fruto del cerebro humano.
Pero, ¿Qué es genéricamente
“la técnica”? o más bien; ¿en qué sentido hablamos de técnica en esta
reflexión? Ortega se ayuda en Kant para señalar que, una cosa es, ante todo, la serie de condiciones que la hacen
posible. Entonces cabe hacerse la pregunta;
¿qué hace posible que exista la técnica?
El
hombre podría vivir sin la técnica tal como lo hacen los animales. Estos viven
para sus necesidades de subsistencia. Pero el hombre posee una potencia
singular en el reino animal: puede ensimismarse; esto es, retirarse de la
contingencia exterior y conversar consigo mismo; reflexionar en abstracto sobre
el mundo y proyectar un impacto sobre ese mundo. Fruto de esta potencia, lo que
proyecte, puede mutar el devenir. El animal también puede cambiar el porvenir:
un elefante puede arrancar un platanar, devorar los plátanos y terminar la vida
de ese vegetal; pero lo hace sin un plan preconcebido. Es solo el hombre,
quien, gracias a su posibilidad de ensimismarse, tiene la posibilidad de
planificar su acción sobre la circunstancia, lo hace, pero en función de un fin
preconcebido por él que no es el fruto de una mera pulsión como les acontece a
los demás miembros de la creación, tal como lo hace una tórtola cuando fabrica
un nido.
Nos
dice Ortega que esta capacidad, no es cosa que se le dé al hombre sin esfuerzo.
Nos señala; El hombre ha tardado
miles y miles de años en educar un poco —nada más que un poco— su capacidad de
concentración. Lo que le es natural es dispersarse, distraerse hacia afuera,
como el mono en la selva y en la jaula del Zoo.[1]
Esta idea
matriz de Ortega, nos lleva a la siguiente cuestión: ¿Este atributo humano de
ensimismarse, es una cuestión volitiva o meramente potestativa? En otras
palabras; ¿el hombre nativamente tiende a ensimismarse y crearse este mundo
interior, o es esta una decisión propia personal? Lo que más adelante intentaré
definir como el señorío ¿es un
atributo nativo o solo conquistado por quienes deciden hacerlo? ¿existe en
nuestra especie humana un estrato ocupado en exclusivo por el hombre superior y
otro por los hombres elementales? ¿estamos todos hombres y mujeres llamados al
señorío?
Sin
perjuicio de abordar a continuación los cuestionamientos precedentes, podemos
constatar que, el hombre o bien,
algunos hombres; porque pueden
ensimismarse, aspiran a hacerlo; y para ello la historia nos enseña que se han inventado
las cosas técnicas; a fin de que sean estas cosas las que se ocupen de
facilitar la subsistencia humana, y brindar mayores certezas a su devenir. El
hombre inventa la técnica para que sean las cosas las que satisfagan sus
carencias; porque aspira a la vacancia que le permita ensimismarse para
continuar influyendo sobre su circunstancia. Esta potencia, exclusivamente
humana que deriva, intuye Ortega, de un ejercicio afectado y artificial;
salirse del mundo -a través del ensimismamiento- para crear un mundo que le sea
mejor para sí.
Se
diferencia pues el hombre del animal, donde este último se ocupa directamente
de su subsistencia. El hombre en cambio, se ocupa de crear cosas que se ocupen
de su subsistencia. Esta idea resulta basal para sustentar lo que paso a
relacionar. Aquí la expongo de una manera muy sintética. Ortega en los ensayos
mencionados, es quien la desarrolla cabalmente.
A consecuencia
de tal razonamiento, es menester señalar que, el dinero no es propiamente un
medio para satisfacer una necesidad inmediata o intermedia. Antes bien, es uno
más de los medios técnicos, todos ellos destinados a permitir la vacancia del
hombre y su suprema y única necesidad radical: mantener y sostener su vida
dándole mayores espacios de certeza y soberanía en el devenir. Los medios
técnicos son aquellos medios que permiten al hombre ordenar las circunstancias
de su vida, a EL FIN, que es el propiamente humano: vivir. Pero este vivir, no se restringe a una vida
meramente de subsistencia. El hombre radicalmente aspira a la vacancia que le
permita aquello propiamente humano que distintos filósofos han denominado de
diversas maneras; los divinos ocios; la labor creativa, el genio, el daimone
etc. Esto que pudiera parecer tan evidente, veremos que en la práctica no lo es
tanto, y que constatamos un desequilibrio en la humanidad contemporánea, que se
deriva del extravío entre lo continente ( la vida) y lo contenido (los medios
para vivir); entre la cosa técnica y la función técnica; entre los medios y los
fines de la técnica.
Asumiendo que el
hombre crea los artefactos para permitirle su ocio, su vacancia, cabe pues
preguntarse: ¿Y que hace o que debe
hacer, el hombre con su vacancia? Pregunta que es para Ortega la gran pregunta
que debería preceder cualquier análisis de la técnica y que ordinariamente no
se hace. Esta carencia que denuncia Ortega la vemos cotidiana y
trivialmente, cuando se habla de progreso, desarrollo, crecimiento; sin un para
qué de esas pretendidas conquistas.
El idealismo
filosófico nos proporciona diversas recetas. En nuestra tradición intelectual
occidental, es Kant, el más dilecto representante de dicha corriente filosófica,
y enfrenta esta pregunta con alemana eficiencia y asertividad. A través de su
genial pirueta intelectual busca enganchar al racionalismo, las creencias y
doctrinas de la cristiandad, que ordenaron la civilización europea hasta
entonces, y que produjeron ese enorme edificio de pensamientos, de los que nos
servimos hasta hoy[2].
El realismo filosófico, en tanto -al que adhirió Ortega en su obra temprana - no
nos presta tanto abrigo como el idealismo kantiano. Nos somete al vértigo de
las grandes preguntas radicales del hombre donde los imperativos o aspiraciones
humanas, de libertad y seguridad, se encuentran en una tensión,
que no es soportada por recetas. Ortega nos enseña que las ideas son para la
vida, y el hombre está condenado a decidir cotidianamente sobre su
existencia, de una manera tal que el perro y el mono, no lo está. Y este
extravío entre medios y fines que he mencionado, y al que me referiré al reflexionar
sobre el dinero, es una consecuencia del impacto que este mundo del facilismo
técnico sobre la vida humana, que debe soportar esta tensión permanente de
decidir su devenir.
Pero, así como,
el caminar en terreno barroso nos obliga a detenernos para limpiar nuestros
zapatos, el objeto de estas letras es detenernos a reflexionar hasta que
punto somos presa de esta confusión entre continente y contenido; entre medios
y fines; y que curso de acción deberíamos adoptar para superar dicha confusión.
El hombre, no es su circunstancia, sino que está
sólo sumergido en ella y puede en algunos momentos salirse de ella, y meterse
en sí, recogerse, ensimismarse y sólo consigue ocuparse en cosas que no son
directa e inmediatamente atender a los imperativos o necesidades de su
circunstancia.[3]
Es manifiesto, que
la omnipresencia de los medios técnicos que hacen progresivamente más fácil y
aprovechable la vida humana contemporánea, gatillan las demandas de muchos
hombres y mujeres contemporáneos por disponer de esas cosas. Cosas cuyos
abuelos jamás soñaron tener. Los hombres y mujeres de hoy, que pueden tener a
su disposición esos poderosos medios, que los habilitan a la vacancia,
paradojalmente tienen menor disposición que nuestros antepasados, para el
ejercicio de su vacancia.
Sostiene Ortega que, la perfección misma con que la modernidad ha
dado una organización a ciertos órdenes de la vida, es origen de que las masas
beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza.[4]
El mismo autor resiente de la humanidad expresando que el nuevo hombre desea el
automóvil y goza de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol edénico.
En el fondo de su alma desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de
la civilización, y no alargará su entusiasmo por los aparatos hasta los
principios que los hacen posibles[5].
Pensemos en el
primer homínido que inventó el primer artefacto técnico; imaginemos a nuestro
peludo abuelo viéndose amagado por un macho de superior tamaño que desea
quitarle a su hembra. Se le ocurre, dada su menor envergadura física, coger un
palo y darle un mazazo en la cabeza al intruso. El resultado es efectivo.
Soluciona ese problema ya que el competidor que le amaga está muerto y no le
importunará. Pero además se da cuenta que, cada vez que algo o alguien lo
acose, puede valerse del mazo y solucionar el problema. El mazo es una cosa que
mitiga los riesgos que le impone el devenir; le permite “descansar” en él. Este
razonar del hombre en cuanto a animal técnico va escalando hasta nuestros días.
La cuestión se torna más compleja. Son muchísimas las cosas destinadas a
solucionar problemas ordinarios del devenir. Hoy, prácticamente todos los
aspectos de la vida humada tienen una cobertura técnica que permite asegurar –
o al menos mitigar – los riesgos que padece su vida en el devenir inmediato o
mediato. A diferencia de nuestro peludo antepasado quien usaba o prescindía de
su mazo según las circunstancias, la técnica actual nos rodea y moldea
íntegramente nuestra vida. Y de tal fenómeno se deriva su peligrosidad. Esta
especie de olvido del exacto sentido y función que la técnica tiene en la vida
humana, en su célebre obra “La Rebelión de las Masas” Ortega nos la hace saber en
tono de advertencia, poniendo el énfasis en la posibilidad cierta de la
deshumanización del hombre y de la mutación del individuo en el hombre masa.
Para nuestro
abuelo de las cavernas, la radicalidad de su soledad frente a los elementos y
circunstancias hacía evidente su identidad. Para el hombre de la modernidad
contemporánea en cambio, si no hay un propósito deliberado en mantenerse alerta
en su soledad radical; identificar qué es parte de sí y qué aspectos de su vida
son meras circunstancias, no resulta fácil conservar su identidad. Una
consecuencia esperable, es que, rodeado de cosas técnicas, en un estilo de vida
artificial, se adormezca y oculte el sentido original que la técnica tiene en
la vida humana: ser una cosa artificial
al servicio de la vida. Se produce así el drama o comedia de la modernidad: la vida al servicio de estas cosas que
fueron creadas para el servicio de la vida. Ortega denomina a este fenómeno, la “obliteración de las almas”.[6]
Un daño
colateral de “vivir entre algodones”, es que el hombre moderno, ablandado por
la comodidad de sus circunstancias, ha aflojado su sagacidad. Y entonces, el
fenómeno de la vida humana invadida por las cosas técnicas, que arrancó siendo
espontaneo, es usado y estimulado, como técnica de dominación. Quienes creemos
en la libertad radical del hombre, amamos y cuidamos de nuestra libertad
personal, debemos ponernos atentos, como lo hacen las suricatas del desierto
cuando se aproxima un depredador.
El fenómeno del
poder, es decir, administrar el devenir, para que voluntades ajenas a la del
poderoso se conduzcan de una forma como la voluntad del poderoso desea; se
manifiesta más eficaz cuando existe mayor homogeneidad al estímulo respuesta en
un grupo naturalmente heterogéneo de voluntades. El fenómeno del poder en
una sociedad tecnológica, usa de la técnica originalmente destinada
exclusivamente a permitir la vacancia del individuo, para conducir las
voluntades y homogeneizarlas.
En la vida
cotidiana del hombre contemporáneo, es el dinero, la “cosa” más omnipresente.
Búsquese todas esas cosas que rodean al hombre de hoy con mayor intensidad; el
automóvil, medios de transporte, smartphones etc. Si lo comparamos con el
dinero, veremos que esté último se encuentra mucho más “pegado” a la vida
cotidiana que esas otras importantes cosas.
Carlos Marx
denunció que la religión era el opio del
pueblo. Con la metáfora referida a esta droga que adormece los sentidos y
provoca un placer letárgico, Marx se quería referir al bloqueo mental que
provocaría la profesión de la religión, y que impediría el florecimiento de la conciencia de clase; estadio evolutivo que
él concebía como requisito sine qua non, para gatillar la revolución proletaria
y de esta manera alcanzar la utopía del comunismo.
Me cuelgo de la
misma metáfora para sostener que el dinero en particular, y la sofisticada
técnica moderna en general, son el verdadero opio del pueblo. Y la consecuencia de ello y su daño colateral,
es la enajenación de la vida contemporánea, donde, una proporción importante de
la población, vive sin conciencia alguna del sentido de sus existencias, y el
resto, más o menos, con dicha conciencia debilitada.
En el norte de
Francia y en el Perú, los cultores de la hípica adiestran caballos que se
denominan “caballos de paso”. Se trata que la pobre bestia, a través de un
adiestramiento sofisticado en el movimiento de sus rodillas, camine velozmente
sin jamás trotar ni cimbrar el lomo. El resultado es que el jinete va plácido
sin sufrir el ordinario zarandeo que se siente al trotar en un caballo que no
posea esa técnica. La destreza se consigue sometiendo al animal a una conducta
inducida, no espontánea: Lo hacen caminar por una superficie tapada de
neumáticos de automóvil. La bestia debe poner atención levantando sus rodillas
para no tropezar con los bordes de los neumáticos, y este caminar artificial,
al cabo se va transformando en un hábito. Siendo muy cómodo de montar y
admirable la técnica del adiestrador, es este condicionamiento en verdad muy
cruel, y a mi juicio desnaturaliza a los caballos. Mi admiración por el caballo
surge al verlo libre. Admirar su musculatura y su potencia nativa, es lo que
personalmente aprecio. Al caballo de paso lo considero un infra-caballo, más
que un supra-caballo como lo consideran sus cultores.
Hace algunos
años se hizo popular una película denominada “Wall Street. El Dinero Nunca
Duerme”. La estrella era el pérfido Gordon Gheko. Un self made man neoyorquino de
origen griego, que desarrollaba su perverso genio para burlar las técnicas de control
y hacerse millonario. En una segunda película se manifestaba Gheko, más viejo y
más sabio, pero igualmente pérfido y diestro en su arte de ganar dinero
quitándoselo a los demás. El personaje fue y es un referente; casi un
arquetipo. La ficción se ampara en un mundo cien por ciento artificial que es donde
se gana y pierde el dinero. Todo lo real y nativo de la vida humana, se
encuentra en esa ficción, al servicio de la entelequia llamada dinero. Genialmente
el director nos ilustra lo artificioso del mundo de Gheko, en la escena en que éste,
coge un teléfono portátil mirando la salida del sol en la playa, y se permite
un breve interregno en sus aviesas negociaciones con su interlocutor, para
referirle la belleza del mundo real. Esa belleza es un adjetivo; lo sustantivo
es el dinero.
Naturalmente es
ficción, pero no solo lo es por ser una historia de una película: lo es porque
fácticamente, la figura de esta especie de anti héroe perverso, espontaneo y dueño
de sí mismo es manifiestamente falsa. Y no me refiero a la dimensión moral
-código esencial a la sociabilidad- Me refiero a su realidad radical. La
libertad de Gheko no existe en la realidad. Los Ghekos de la vida real no son
los caballos de las praderas. No son los supra caballos que desarrollan su
naturaleza íntegramente galopando libremente. Son en verdad como el infra
caballo de paso. La función de los neumáticos en el caballo de paso, muchas
veces la cubre la droga o el alcohol o la falsa concupiscencia de los bienes de
consumo. La codicia es una conducta intrínsecamente dañina hacia quien es el
codicioso. Nadie que se dañe sistemáticamente podrá aspirar al señorío de sí
mismo. Gheko se hace daño asimismo, no porque caiga preso. Cuando no lo está, se
hace aún más daño asimismo.
El absurdo del
dinero transformado en un destino – por sobre la vida real- que la ficción de
la película Wall Street retrata, se replica en la cotidianeidad (excluyo
deliberadamente la palabra realidad). El arquetipo del héroe con su agenda
copada de compromisos, que solo posee cortos intervalos para “desconectarse” y
ocuparse de disfrutar la vida. ¿Han reparado que, en la publicidad
contemporánea, cotidianamente se usa la palabra “desconectarse”? Implícitamente
se asume que solo se está conectado,
cuando nos ocupamos de las cosas del dinero, aquellas sin las cuales la vida no
se hace posible. La ficción de Hollywood incluso, populariza símbolos sexuales
perversos como Mr. Grey, que practica de manera sistemática y rigurosa el sadomasoquismo,
como una manera eficiente de “desconectarse”.
Insisto: no me
refiero aquí, a la repugnancia moral manifiesta que estos arquetipos inspiran;
porque sucede que, en quienes cumplen códigos éticos de conducta y son empáticos
con la comunidad que los rodea, también padecen de la obliteración de las almas
que denuncia Ortega. En efecto, en la figura del hommo sistematicus, que es
respetuoso del prójimo, vive también adormecido por este opio del pueblo, que es el dinero. Implícitamente, se valora por
sobre su conducta ética, su conducta funcional. Digo, funcional, a que todo camine como corresponde. La
figura del empresario o funcionario sobrio y cumplidor de sus deberes, que no
“le queda otra que trabajar duro para salir adelante”, es un estereotipo
amable. Pero que al igual que Grey y Gheko, también padece de esta confusión
entre fines y medios. El hommo sistematicus es también un caballo de paso.
¿Cómo hemos
llegado a este desequilibrio entre medios y fines? ¿Cómo puede ser que este
medio técnico, el dinero; que radicalmente es un medio para liberar al hombre,
facilitar su existencia; puede llegar a ser algo que le quita su humanidad y
dificulta su existencia? ¿Cuál, es la tecla que debemos tocar para re-afinar
la melodía de la vida contemporánea, tan evidentemente desafinada?
Como la vida
humana es infinitamente más problemática que una melodía, las teclas son
muchas. Y en esto, para mayor dificultad, la obliteración de las almas, ha
hecho posible la creencia en que es cuestión de una tecla. Las masas insumisas demandan soluciones, cuando intuyen que
sus vidas carecen de sentido humano, como quien demanda un dentífrico de mejor
calidad. Y esta demanda de mercado hace surgir los oferentes de soluciones
mágicas: Los cultores de ideologías, los libros de autoayuda, los llamados modelos de desarrollo, y últimamente
simplemente los que propician la rebelión de los necios, incitando
mesiánicamente a demoler el orden contemporáneo sin nada a cambio. El “fin de los relatos” le llaman orgullosamente
a su invento. La música de fondo de
esta orquesta, son las encuestas de opinión y los medios de comunicación de
masas, que desembozadamente se han transformado en medios de persuasión de esas
masas carentes de derroteros personales.
El señorío es la
conducta humana que importa el dominio de la propia voluntad sobre las
circunstancias. No es solo o necesariamente la potencia de mudar las
circunstancias; por cuanto la vida de cada cual se enfrenta a circunstancias
que le son inmutables. El señorío es la conducta de quien vive su soledad
radical, y en esa soledad radical desarrolla su plan de vida; plan de vida que
tendrá en cuenta sus circunstancias buscando dominarlas en pro de ese plan.
Volvamos a la
época de las cavernas: El señorío para nuestro abuelo de las cavernas que lo
dejáramos luego del exitoso mazazo propinado a su enemigo, era la única
conducta posible para él. Su libertad era insobornable, por cuanto no existía
nada para sobornarlo. El macho alfa de la bandada de codornices, se sube al
promontorio más alto para atender la seguridad de sus hembras y polluelos. Su
destino es estar alerta. No tiene
opciones.
El señorío para
el hombre de la modernidad, donde los medios técnicos lo adormecen y lo hacen
tender a tecnológico es infinitamente más problemático.
Es el hombre, un
ser dotado de potencias muy superiores a las del resto de la creación conocida.
Sin embargo, se encuentra paradojalmente prisionero de su misma creación
técnica, al punto que ha desatendido su naturaleza. Teniendo presente que, el hombre, quiera o no, tiene que hacerse a sí
mismo, autofabricarse; para el hombre, vivir es, desde luego, y antes que otra
cosa, esforzarse en que haya lo que aún no hay[7], tenemos
que la opción de humanizarse, no es salirse del mundo contemporáneo, sino
aprender a vivir más humanamente precisamente en esta circunstancia. Romper
este síndrome del nuevo rico, que es desear para su propia vida, lo que otros
le señalen que debe desear.
Dramatiza
al extremo Federico Nietzche esta disyuntiva del hombre contemporáneo. De
pasada, filosofando con el martillo, hecha a la hoguera todo el esfuerzo humano
por entender al ser del hombre. Pero sus imágenes nos son útiles a la presente
explicación. Nos señala que el hombre moderno se encuentra enfermo. En su
metáfora del último hombre[8],
describe esta enfermedad como terminal. Su remedio es el Superhombre o el Ultrahumano.
A fuerza de tanta metáfora, permite Nietzche que su pensamiento se nos escape
como el agua entre los dedos. Desde luego no es el Superhombre, un individuo
que vuela con capa. El Ultrahumano es aquel que ha recuperado su humanidad adormecida
y letárgica, descrita en su discurso del último
hombre.
Esta
recuperación de la humanidad del hombre, nos exige a mi juicio, un ejercicio más
trivial, que aquel pomposamente
exagerado por Nietzche. Se trata de recuperar el sentido común. El pensamiento de Santo Tomás resulta útil para recordarnos los vicios y virtudes cardinales que nos abren la
puerta a una recuperación de la humanidad extraviada. Recuperado que sea el
sentido común, podremos recuperar un programa de existencia personal que sepa administrar
estas circunstancias inéditas que el mundo moderno nos ha impuesto con la vida
inundada de tecnología. El trabajo, el pane lucrando, el dinero, las comodidades que
nos ofrece la modernidad; todo, al servicio de MI PLAN de existencia. No como
sucede hoy con una mayoría de la humanidad: La vida esclavizada por el trabajo,
el pane lucrando y el dinero.
En la
historia humana nos revela Ortega, han existido sucesivos y diversos programas
de ser, que han dirigido al hombre: El Faquir, el Gentelman inglés, el
Hidalgo español etc. Es menester inventar un nuevo Señorío, propio de nuestro mundo rodeado de
Smartphones, información on line, aviones etc. Es necesario reducir los espacios de la
política, del poder, del estado, de las mega corporaciones; a su esfera propia,
recuperando la soberanía para el individuo. Para ello no es necesario cambiar
estructuras sociales, ni modelos, ni combatir al imperialismo o redistribuir el ingreso. Basta con liberar la
infinita potencia de la inteligencia individual.
Mayo 2017
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