EL
PROGRESISMO, DESARROLLISMO Y OTROS DESATINOS
Intitulo este
análisis con el sufijo “ismo” agregado a las palabras progreso y desarrollo,
para referirme a quienes adhieren a algún tipo de doctrina, sistema, praxis o
teoría, que propicia el sustantivo que le precede. Es decir, para referirme a
los partidarios del progreso o del desarrollo, esto es, quienes propician
llevar las cosas de un estado a otro, a través de un procedimiento o de un
derrotero. Quiero a través de mis palabras, hacer un examen crítico de aquellas
conductas y de las recetas, procedimientos o derroteros que los progresistas y
desarrollistas propician.
A menudo
escuchamos a líderes de todo género y especie, hablar de progreso y desarrollo. Al profundizar sobre que quieren decir con
ello, nos encontramos que las ideas que comportan esos conceptos son
sorprendentemente vagas e imprecisas. Digo sorprendentemente, porque cuando
tantos y tan notables líderes repiten un concepto tan habitualmente, asumimos
implícitamente que ese concepto es preciso. Involucro ambos conceptos porque
responden a una misma creencia a pesar que quienes usan estos conceptos se
enfrentan, a veces severamente, respecto los métodos. En efecto, porque
necesariamente el desarrollo debemos
entenderlo como un medio del progreso.
La
Organización Mundial de las Naciones Unidas, a la cual Chile ha adherido, ha
definido los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS), también conocidos como Objetivos Mundiales. Señala que estos ODS son un “llamado universal a la adopción de medidas
para poner fin a la pobreza, proteger el medioambiente del planeta y garantizar
que todas las personas gocen de paz y prosperidad”. Estos ODS son 17
llamados, que como era de esperar en
una asociación tan heterogénea como NU, no abordan de manera muy precisa muy
claramente los objetivos y menos los medios para alcanzarlos. Con alguna mínima
mayor precisión, lo hace el OCDE, asociación de naciones a la que Chile ha
adherido luego de ser selectivamente invitado. La OCDE es una organización
nacida del Plan Marshall que implementara Estados Unidos para recuperar a la
Europa -controlada por esa potencia-, luego de la devastación que había producido
la segunda guerra mundial. Se la moteja como “La ONU de los ricos”. Sus
objetivos estatutarios son: Uno) Lograr la más fuerte expansión
posible de la economía y del empleo; Dos) Aumentar el nivel de vida en los
países miembros, manteniendo la estabilidad financiera y contribuyendo así al
desarrollo de la economía mundial. Tres) Contribuir a una sana expansión
económica en los países miembros y en los no miembros en vías de desarrollo y
Cuatro) Contribuir a la expansión del comercio mundial sobre una base
multilateral y no discriminatoria conforme a las obligaciones internacionales.
Como se puede
constatar, todo lo señalado sobre progreso
y desarrollo, son básicamente, declaraciones diplomáticas, que deben “decir
cosas” y actuar, con gran cautela para mantener los equilibrios mundiales de
poder; pero que carecen de definiciones de un objetivo preciso y un método o
medio para alcanzarlo. Todo ello, como se estila en materia diplomática en toda
la historia humana civilizada, desde Machiavelo en adelante.
Un concepto es
un conjunto de ideas armónicas entre sí. Una idea deriva de un conjunto
armónico de cosas o representaciones mentales que la explican. Kant intuyó que
una idea, es el conjunto de condiciones que la hacen posible. La “critica”[1]
kantiana apunta pues a desmenuzar la idea, en su conjunto de condiciones que la
hacen posible. Si de ese ejercicio concluyésemos que todas esas condiciones son
verdaderas, la idea es, como se dice en filosofia, plausible. Cuando se trata de un concepto, su “crítica” en el sentido kantiano, es un esfuerzo harto
mayor, porque deberemos analizar la plausibilidad de todas y cada una de las
ideas que el concepto contiene.
Mi primera
tesis respecto al título de este análisis es la siguiente: Sostengo que la
crítica filosófica[2] al
concepto de progreso y desarrollo no
es un ejercicio que encuentre muchos adeptos. Es decir, a pesar de que lo que
se quiere decir con progreso y desarrollo, es manifiestamente vagaroso e
impreciso, pocos están dispuestos a reconocerlo y develarlo. No hay demasiada
bibliografía al respecto ¿Por qué razón? Porque progreso y desarrollo, además de concepto, es una
creencia . Las personas y las comunidades de personas, piensan desde las creencias. Y cuando a una
persona o comunidad le quitas la plausibilidad de su creencia, su existencia tiembla
completa, porque, en definitiva, lo que cuestionas y pones en duda es su
edificio de ideas; su asidero a la existencia; el suelo donde pisa.
En su ensayo “Ideas y Creencias” José Ortega y Gasset propone
la intuición, que las personas piensan desde una creencia. La creencia
es la base en que el pensador apoya su ejercicio de pensar. Las personas se
entienden y se desentienden cuando aceptan o refutan ideas. Pero ese ejercicio
es posible desde una creencia común. Discutir con personas que no comparten tus
creencias radicales, es muy difícil por no decir imposible. Es por eso que en
la modernidad contemporánea las discusiones sobre ideas son tan escasas: porque
la condición de posibilidad de una contienda de pensamientos, se hace desde una
creencia común. Y lo que ha perdido la modernidad contemporánea, es la
comunidad de creencias.
En el concepto creencia, Ortega no se refiere a lo que,
la religión, particularmente la religión cristiana, llama fe, o creencia en Dios. La fe en Dios, la fe
en la iglesia, es, en nuestra modernidad contemporánea, la adhesión personal
volitiva, al conjunto de ideas contenidas en el mensaje de Cristo, y
adicionalmente, a las prescripciones del magisterio pontificio. Los musulmanes modernos
del mismo modo, a través de la repetición de la frase Al·lahu-àkbar –Dios es el más grande- , manifiestan básicamente una adhesión. No tengo
los elementos lingüísticos para afirmarlo con toda certeza, pero intuyo que la
palabra fe, se vincula más a fiducia, que a creencia.
Digo esto en
términos relativos a la modernidad contemporánea, porque la fe en Dios uno y
trino, fue en la edad media, efectivamente una creencia; esto es, una plataforma
desde donde se pensaba. Esta intuición – que la fe en Dios es hoy por hoy,
menos que una creencia, una adhesión-, fue la que le acarreó a Ortega una
enorme hostilidad de la Iglesia Católica en general y de los jesuitas en
particular, quienes fustigaron duramente toda su obra filosófica.
Por creencia
entonces, Ortega se está refiriendo a aquella certeza material infranqueable
para la interioridad radical de la persona. Yo camino porque creo en la fuerza gravitacional de la
tierra. Doy un paso con la plena convicción que no saldré volando hacia el
espacio sideral. Yo bajo las escaleras de mi casa, y abro la puerta de calle y creo que al otro lado de la puerta me
encontraré con la calle. El asiento, la base de toda idea es una creencia.
Decíamos que el
progreso antes que un concepto, es una creencia, creencia que se asienta en el
dominio que la humanidad adquiere sobre algunos elementos que le rodean. La
técnica moderna, desde los galeones del siglo XV, hasta los smartphones del
siglo XXI, se ha hecho posible, a raíz de esta creencia. Es la creencia en
el progreso, una de las condiciones de posibilidad de la tecnología que nos
rodea. La creencia en el progreso reza que la humanidad avanza de manera
más o menos mecánica hacia un estadio de mejoría permanente. Lo que señalo -la
inversión en la causalidad entre creencia y técnica-; es decir que la causa del
“tipo” de técnica, se basa en una creencia, y no viceversa como se intuye
habitualmente, es una idea intuida por Ortega que tiene enormes consecuencias
para entender el mundo.
Pero sucede que el
mundo, la realidad manifiesta, en donde el hombre es “lanzado a la existencia” – el Dasein Heideggeriano-, es mucho más
compleja que el simple abrir la puerta y encontrar la calle; o constatar que la
fuerza gravitacional existe. Lo problemático y enigmático de la realidad que le
rodea, obliga a los hombres a abrazar creencias radicales de sus respectivas
existencias; creencias que son más o menos complejas.
El análisis de
la historia de la humanidad conocida, permite constatar que esas creencias
radicales, han ido mutando. Esta mutación desde la perspectiva que hoy domina
el pensamiento contemporáneo gatilla el enorme error de la intuición
progresista: el hombre y la historia
avanza de las tinieblas hacia la luz y lo hacen de una manera mecánica.
Esta premisa es fácilmente refutable. Basta una desapasionada exégesis histórica
para concluir que esta mutación de las creencias radicales no necesariamente va
de menos a más ni de la obscuridad hacia la luz. Ortega ve en esta conducta un
gravísimo peligro[3].
Durante la vigencia histórica de la creencia
en un Dios uno y trino que ordenó a la civilización europea, desde el año 400
DC hasta la reforma, surgieron muchas disidencias que fueron consideradas
herejías y reprimidas por el poder político. Esas herejías no alcanzaron a
quebrar la creencia; menos aún, se basaban en la misma creencia básica. Pero
luego de la reforma, lo que se ha dado en llamar la cristiandad, se quebró; y se abrió un espacio de mutación en la
historia en que una creencia sustituta fue reemplazando a la creencia en el
destino celestial o infernal del hombre después de la muerte. La técnica que
cambia al través de la historia, no necesariamente fue la causa de esta mutación
de creencias. Más bien la evolución de la técnica ha sido la respuesta a la
mutación de las creencias. El hombre se “ocupa” de crear una nueva técnica (de
inventar cosas) como una respuesta al cambio de su perspectiva respecto al
mundo que le rodea.
El equilibrio o
desequilibrio de una etapa histórica, es una condición que se deriva de la
aceptación unívoca o dispersa de una creencia. Con equilibrio no me estoy
refiriendo a la paz y ni siquiera a la prosperidad que acompañe a una
determinada época. El orden romano alcanzó su máxima prosperidad material,
cuando sus creencias basales estaban fracturadas. En el caso de hegemonía de la
cristiandad en Europa, en época de Pipino el Breve, la prosperidad era muy
menor que en la época de Luis XIV de Francia. Pero en la época de Luis XIV la
creencia de la cristiandad, ya se encontraba fracturada.
En nuestra
modernidad contemporánea, la sociedad se encuentra gravemente desequilibrada,
por cuanto la creencia en el progreso y el desarrollo; ese cuerpo de
creencias, que han sido el oxígeno de la modernidad, se encuentra hoy
fracturada. Se perdió la fe univoca en el progreso. Al igual que la época
imperial romana y la de Luis XIV en Francia, es una época opulenta, donde en
general, reina la paz. Pero nos acompaña una innegable intuición de caducidad.
Los foros; lo
que hoy se denomina el espacio público,
no son un lugar de dialogo; no por mala voluntad ni estulticia de los posibles
dialogantes. Simplemente no están
presentes las condiciones de posibilidad del dialogo, cual es, una creencia unívoca
respecto del futuro.
Ante esta
carencia, el progresismo, opta para mantenerse vigente, crear ideas para
movilizar a las masas, que son antilógicas, esto es que no respetan ni demandan
dar razón de sus fundamentos: la ideología de género, el igualitarismo, antes
el racismo, etc. etc. Como no son “buenas ideas” en el sentido que no son
capaces de resistir la crítica que develaría su falta de plausibilidad, rehúyen
el dialogo y se busca su imposición sin dialogo, a fuer de repetirlas y
reprimir a sus críticos.
El desarrollismo
se ampara en conceptos como el crecimiento económico, sin reparar ni permitir
criticar, los efectos reales de dicho crecimiento. Centrándolo en la obtención
de resultados estadístico-financieros, sin cuestionar si aquel derrotero nos
conduce hacia algo mejor. El mundo según los desarrollistas se traduce en una
enorme rueda de hámster, con un estado deseado muy trivial: que la rueda siga
girando.
En ambos casos,
acompañado de un ambiente de opulencia económica que permite el facilismo, esto
es, un estilo de vida que hace posible la sofisticada técnica contemporánea, en
que resulta posible, sin correr ningún riesgo personal o colectivo inmediato,
sostener cuanta imbecilidad se me venga a la cabeza, aunque carezca
completamente de soporte con la realidad. Ideas necias que son sostenidas con
vehemencia y que después de unos años se olvidan. Ideas desechables
Un ejemplo de ideas desechables, fue el psicodelismo
propiciado por Timothy Leary, quién apoyado por los medios de comunicación de
masas, fundo una cultura del LSD en California en los años 70 del siglo pasado.
Ya todos se olvidaron que, lo “políticamente correcto” entonces, era darle
crédito a ese individuo patético que puso en jaque los pilares de la sociedad norteamericana.
Como contrapunto, Richard Nixon, tosco líder republicano que desde la
gobernación de California y desde la presidencia de los Estados Unidos,
combatió a Leary, paso a ser entre los
progre, el malo de la película.
Hoy, la llamada ideología de género, que es una confusa
y heterogénea amalgama de ideas desconectadas entre sí, que propicia, desde que
las mujeres no sean golpeadas por los hombres, hasta la creación, en un
laboratorio o en un quirófano, de un tercer sexo. Es el nuevo sicodelismo que
recibe amplio crédito en los medios de comunicación de masas. Idea que no tiene
un sustento discursivo plausible, pero que a fuer de repetirse, “pega”, como se
dice en jerga de los mass media. No pasarán muchos años para que esta “cruzada”
sea desechada como uno de esos
pesados envases que enviamos a la basura.
Habrá detectado
el lector que estos conceptos, progresismo y desarrollismo, son los que se
enfrentan en la arena política contemporánea, con el título de izquierda y derecha. En su prólogo a los
franceses, de su obra La Rebelión de las masas, Ortega señala que, ser de la izquierda es,
como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir
para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral
El objetivo de
estas letras es propiciar la reflexión crítica de estos conceptos “progreso y
desarrollo” sin hemiplejias morales. Si la comunidad humana no posee comunidad
de creencias radicales, aquello no debe ser impedimento para reflexionar y
debatir eclécticamente, sobre el devenir de la sociedad. Son muchos quienes, de
buena fe, se compran los conceptos de progreso y desarrollo, como una vagarosa
idea de bien-estar o de un correcto devenir de la sociedad. Lo que debe estar
proscrito en este espacio público, es el mesianismo de los necios, que se
arrogan una superioridad moral por ser partidarios de la última idea desechable
en boga.
Abril de 2017
[1] Crítica en el sentido
etimológico del término, es decir, como análisis y reflexión
[2]
Por “critica
filosófica” me refiero a análisis del concepto con rigor racional que persiga
dilucidar las raíces del concepto. Los análisis que se hacen en los organismos
internacionales mencionados son serios, pero no tienen rigor filosófico por
cuanto dan por entendidos de manera unívoca, conceptos, como los analizados,
que como veremos no tienen necesariamente una percepción unívoca.
[3] Ortega, en La Rebelión de las
Masas, señala: “El liberalismo progresista y
el socialismo de Marx, suponen que lo deseado por ellos como futuro óptimo se
realizara inexorablemente, con necesidad pareja a la astronómica. Protegidos
ante su propia conciencia por esa idea, soltaron el gobernalle de la historia,
dejaron de estar alerta, perdieron la agilidad y la eficacia. Así, la vida se
les escapó de entre las manos, se hizo por completo insumisa, y hoy anda suelta
sin rumbo conocido”. En su ensayo sobre la técnica expresa: “La idea del progreso, funesta en todos los
órdenes, cuando se la emplea sin críticas, ha sido aquí también fatal. Supone
ella que el hombre ha querido, quiere y querrá siempre lo mismo, que los
anhelos vitales han sido siempre idénticos y la única variación a través de los
tiempos ha consistido en el avance progresivo hacia el logro de aquel único desiderátum”.
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