RAZONES, INTUICIONES, EMOCIONES,
OPINIONES Y DEMOCRACIA
El racionalismo es una creencia que básicamente relata, que
la realidad es susceptible de reconocerse a través de la razón. El presupuesto del racionalismo supone que todo fenómeno
tiene su causa. René Descartes decía que el ser de las cosas, lo
“descubriríamos” hilvanando causas que a su vez tienen causas y que a su vez
tienen causas; hasta que llegaremos a la esencia de las cosas. Otro de los
padres del racionalismo, Gottfried
Wilhelm Leibniz, nos hizo saber que este método tenía un pequeño gran defecto
que lo hacía un ídolo con pies de barro.
A menudo en el ejercicio de buscar las causas de los fenómenos, nos encontramos
con entidades que resulta imposible entenderlas a través de la razón humana. Dos
ejemplos clásicos de este género de entidades, son el tiempo y el espacio, los
cuales por empeño que le pongamos e inteligentes que seamos, nuestra razón
humana es incapaz de concebir. Se me refutará diciéndome que científicos han
dicho muchas cosas sobre el espacio y el tiempo. Es verdad que han dicho muchas
cosas, pero esas cosas que han dicho, son fundadas no en la razón pura, sino en
un mecanismo discursivo llamado intuición. Una intuición es plausible,
esto es “nos hace sentido”, cuando no es falsa; es decir, cuando no es posible
refutarla por una razón, vale decir, hasta que descubramos por medio de algún
razonamiento, que no es verdadera sino falsa. Así pues, el sustrato, la base, o
la viga maestra de todo conocimiento racional – incluso la matemática- es la
intuición.
Pero los seres
humanos nos aproximamos a la realidad, no solo a través de la razón y de la
intuición plausible. Hay otra cuestión que impulsa nuestra conducta; y esta es la
emoción. Somos seres racionales, hasta por ahí no más. Y la emoción, es una
pulsión que puede o no estar orientada por la razón, pero esencialmente es no racional,
esto es, no proviene de la medición causal de los fenómenos. Nada más “se nos
viene encima” y nos ilustra la realidad.
Y aquí viene algo que
el existencialismo y el inmanentismo moderno a menudo olvida: las decisiones
que adopta la voluntad humana tienen un resultado, un efecto, una calidad
intrínseca: son más o menos buenas o malas, idóneas o inidóneas, para el logro
de los fines de los individuos y de las colectividades. Y es por ello que la
escolástica, hace ya muchos siglos atrás ofreció claridad sobre como
conducirse. Las virtudes cardinales. Y esto no es solamente para irse al
infierno o al cielo según la creencia cristiana. El ejercicio de las virtudes
cardinales tiene un resultado también contingente. Por ejemplo; si ahorras
podrás tener una pensión de retiro digna; bueno. Si no ahorras, en tu
ancianidad serás una carga para alguien; malo. ¿y a que nos invitan las
virtudes cardinales? Básicamente a que ordenemos nuestra conducta mayormente a
la razón moderando las emociones.
Jean Francois Revel ensayista francés fallecido hace pocos
años, era un convencido en las bondades de la democracia. Escribió un libro crítico
de lo que en la modernidad se entiende por democracia, que se titula “El
conocimiento inútil”. En él, se despacha el siguiente apotegma que me parece
una síntesis genial: “La democracia se
suicida si se deja invadir por la mentira, el totalitarismo si se deja invadir
por la verdad”.
No una, sino muchas veces, he escuchado a políticos,
sociólogos, economistas y periodistas decir que la opinión forma realidad. Aquella afirmación es un evidente
sofisma porque es manifiestamente equívoca. Si yo digo cuatro es igual a dos más dos, la frase es verdadera y mi opinión
“forma” es una realidad; pero si yo digo cinco
es igual a dos más dos, mi opinión deforma la realidad; no crea realidad
alguna; crea una mentira.
Hay un fenómeno contingente que tiene patas arriba a nuestro
sistema democrático:
Las religiones y los partidos políticos, son entidades que
por esencia están llamadas a formar opinión. Es decir, su tarea es orientar a
los feligreses y ciudadanos respectivamente, sobre lo que la comunidad humana y
los individuos humanos deberían hacer con sus vidas, en aras de una convivencia
más justa y una vida humana individual más plena. Pero sucede que muchos
ministros de la religión, y la casi totalidad de los políticos, lo que hacen,
es tratar de leer la opinión de la gente para decir lo que la gente dice.
Porque -como dicen sesudos analistas- la
opinión forma realidad. Y la razón de eso es harto evidente, la mayoría de
quienes se dedican a la política viven del aplausómetro y de los votos y
secundariamente les interesa que la realidad discurra por un carril
determinado. Por otra parte, muchos ministros y pastores religiosos,
privilegian que los templos vuelvan a llenarse de gente, como sucedía antaño y
profesan opiniones políticamente correctas.
Por otra parte, los medios de información masivos no solo
informan, y algunos casi no informan – es cuestión de sintonizar los
noticiarios de la televisión por la noche-. Principalmente lo que hacen, es
formar opinión. Y más grave aún; existen entidades que han surgido como un
floreciente negocio, y que – por lo que se dice hasta ahora- gozan de gran
legitimidad y credibilidad: las empresas de medición de opinión. Estas
entidades nos invaden con encuestas y mediciones de opinión, a través de
metodología compleja y sofisticada, creada supuestamente en base a criterios
científicos, reflejándonos supuestamente la prístina y pura realidad.
Pero sucede que medios de comunicación y empresas de medición
de opinión; estos supuestos “espejos” de la realidad, son un negocio. Negocio
que está al servicio de sus clientes. Y esos clientes tienen una opinión, y –
algo menos prístino y un poco sórdido - tienen un interés e intención para con
la realidad. ¿Quiénes son estos clientes? Principalmente el gobierno de la
república y sus poderes públicos (que remuneran jugosamente a los medios de
prensa y a las empresas de encuestaje con nuestros impuestos), los partidos
políticos y las empresas de consumo masivo.
Entonces pues, invadidos por informaciones tendenciosas,
orientadas a formar opinión, a la vez que asfixiados por encuestas que
“reflejan” la opinión pública; se forma opinión; y como repiten sesudos
sociólogos y economistas, con la opinión se crea realidad. Pero esta creación
de opinión, para que sea fácil, debe fundarse básicamente en lo que primero
aflora en el ser humano: las emociones. Para los ejercicios racionales, el
people meter es ineficaz. Hay que “picar cebolla” para que la idea pegue”.
Entonces como time its money, formemos opiniones emocionales que normalmente y
casi por regla general son de baja calidad y de precario apego a la realidad de
los fenómenos.
Sucede que, solo la opinión correcta, forma realidad; y la
opinión incorrecta deforma la realidad. Y aquello de deformar la realidad, es
algo que podría tener sin cuidado a los poderes públicos a los partidos
políticos y a las empresas de consumo; cuando aquello significa a los poderes
públicos consolidarse en el poder, a los partidos políticos subir su
popularidad y a las empresas de consumo masivo, aumentar su facturación.
¿Todos ganan entonces? No; hay un gran perdedor: la
democracia; aquel sistema político de los hombres libres que pretenden expandir
su soberanía personal ejerciendo sus fines propios en congruencia y armonía con
los intereses y fines de la comunidad humana que les rodea. La realidad
deformada es la mentira, que como nos señala Revel, es el suicidio de la
democracia.
Chile;
otoño 2017
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