Escuché una interesante
entrevista a un abogado de nombre Benigno Blanco, quien fuera ministro en el
primer mandato del ex presidente del gobierno español José María Aznar.
Sostiene Blanco, lo que muchos a través de la historia han dicho: para ser
bueno, es necesario conocer el bien.
Hemos visto en los medios de
prensa un amanerado exorcismo de políticos, autoridades, periodistas (sobre
todo periodistas) por la formalización y aplicación de medida cautelar de
prisión preventiva, en contra de un “conocido y prestigiado abogado de la
plaza”. Se dan palos de ciego a trocha y mocha para ahuyentar de su
cercanía, los humos pestilentes de este sacrificio ritual, donde a través de
personificar unívocamente el mal en un tipo de quinta calaña moral, pretenden
los elocuentes condenadores, sustraerse de todo juicio moral hacia sus
respectivas personitas.
Pero analicemos de profundis
el caso y no mediante grandilocuencias o palabras talismán -como corrupción-,
que abundan en las redes sociales: ¿cuál es el pecado o falta moral de fondo
implícito en el delito que pareciera haber cometido Luis Hermosilla? Porque
tráfico de influencias no es en sí un mal. Yo puedo traficar influencias – qué es
lo que periodistas, abogados, políticos etc. hacen todos los días – con fines
de bien común general. Incluso – y esto podrá escandalizar – para eludir un
mandato legal o judicial injusto. La ponzoñosa conducta de Hermosilla no está
en su ilegalidad solamente, sino en el objetivo que dicha ilegalidad ha tenido:
la avaricia y la codicia. Lo miserable de la conducta es obrar
para obtener para sus clientes y para sí, lo que no les corresponde gozar
conforme a las reglas de la justicia – dar a cada uno lo suyo. No son grandes
males y pecados que recordaba con nostalgia Escrútopo, en la obra de C.S. Lewis,
Cartas del Diablo a su Sobrino, los perseguidos por Hermosilla y sus
clientes.
Una de las acepciones de la
palabra miserable, es tacaño. Lo que el caso Hermosilla ha dejado
al desnudo y es la causa de este generalizado exorcismo, no es la ilegalidad de
la conducta suya y de sus clientes. La gran mayoría de los presos políticos
militares actualmente condenados lo han sido por sentencias que violan
taxativamente la ley y la constitución, y nadie se tira ceniza en la cabeza por
la conducta de dichos jueces y clama por la libertad inmediata de los
condenados. Lo que revuelve las entrañas de la elite chilena de todo género en
el caso Hermosilla, es que deja al desnudo una conducta que a todos implica: la
tacañería, la codicia, la avaricia.
Hermosilla era un prestigiado
abogado de la plaza, porque se movía como pez en el agua en el ambiente de
tacañería de esa élite, interesada en trepar por el palo ensebado del poder y
del dinero, ofreciendo sus servicios mayormente para sostener esa tacañería.
¡Debemos purgar la corrupción
de nuestras élites!, claman los Savonarola criollos. Si. Esta bien. Pero
¿cómo empezar? ¿acaso con condenas taxativas y grandilocuentes?
Aquí viene al caso la frase citada:
para ser bueno, es necesario conocer el bien. Yo diría que el gran mal que
afecta a nuestra sociedad es la parálisis intelectual que impide conocer el
bien. Por eso la publicidad comercial es tan estúpida en Chile; porque está
hecha para paralíticos intelectuales. Por eso es por lo que es tan fácil
manipular en Chile a las masas. Por eso es por lo que hemos elegido democráticamente
el presidente y los parlamentarios que nos gobiernan. Por eso un abogado tan
mediocre intelectualmente como Luis Hermosilla, ha sido un prestigiado
abogado de la plaza.
En mi carrera profesional de
abogado, conocí a muchos Hermosillas que eran como zorrones forenses. Siempre
diestros en conocer las teclas del poder judicial, político, legislativo o empresarial,
que abrieran las grandes alamedas del poder. Cuando había un dilema
jurídico que demandase estudios concienzudos, disponían de algún nerd para que
se los solucionase. Y estoy hablando de las más altas esferas, incluido el
Consejo de Defensa del Estado. ¿Por qué sucede esto? Porque la gente lo pide. Porque
es lo que se lleva.
Estimado lector: lo que hoy se
denuncia en términos genéricos como corrupción no es ni más ni menos que
un pecado light despreciado por Escrútopo, propio de una sociedad
intelectualmente paralítica: la avaricia y la codicia.
¿Cómo disipar esta nube
asfixiante? Conociendo el bien; valorando el buen deseo; practicando la
elegancia, cuya raíz es la eligentia; saber elegir. Basta de zorrones
light. Basta de revolucionarios de piscola. El poder para los que reflexionan y
para los que piensan en el bien común.
Agosto 2024
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