Los motores a pistón propulsados
por gasolina, requieren un mecanismo que provea una chispa para provocar la
explosión que hace girar el cigüeñal o eje central. Sin chispa no hay
movimiento y por ende no hay propulsión. Los filósofos de todos los tiempos,
especialmente los que cultivan la filosofía de la historia, han buscado incansablemente
averiguar y definir, cuál es la chispa que mueve la historia humana. Rodeados por
la circunstancia mayormente incógnita de la realidad, y acosados por la
conciencia, aquella extraña potencia que, al parecer, no compartimos con ningún
otro ser de la creación, el hombre ha buscado, qué es lo que lo mueve a
él y a quienes lo han precedido en la historia.
¿El afán de amarse?, ¿de disputar
irracionalmente?, ¿de destruirse?, ¿de poseer la voluntad de los demás?, ¿de vencer a
la muerte, de suprimirla junto con el tiempo, y vivir para siempre? Palabras,
palabras, palabras; responde Hamlet, cuando sumergido en densas lecturas,
le contesta al intruso Polonio quien, instruido por el Rey danés a espiar la insana
conducta del príncipe, le pregunta por sus materias de estudio. A través de su
respuesta, el temperamental príncipe le quiere ilustrar su completa impotencia
para encontrar el sentido de la existencia a través de la lectura.
Así es; en inumerables textos escritos
a través de la historia, el hombre ha buscado sentar las bases para una
comprensión más completa de la realidad, proponiendo multiples hipótesis
sobre la genealogía del pensamiento humano. Y esas hipótesis con mayor o menor
pretensión de verdad, son propuestas por hombres y mujeres rodeados de circunstancias. Y las hipótesis son diversas porque diversas son esas
circunstancias que les rodean a cada uno de ellos. ¿Una trivialidad lo que
digo? Pero sucede que esa trivialidad muchas veces no se pondera, y se pretende
entender o refutar a Platón con los ojos del habitante de nuestro siglo.
Volviendo a la metáfora del motor
a gasolina, me hago varias y diferentes preguntas: 1)¿hay una única chispa que
mueva a todos los hombres, durante toda su historia? 2)¿esa chispa es la misma
que nos mueve como hombres racionales y conscientes, con aquella que moviliza al
resto de la creación? 3)¿somos acaso los hombres una anomalía o simplemente seres
más sofisticados en una única y monótona creación?
Lo azorante de estas preguntas
deriva que no tenemos respuesta plausible a ninguna de ellas, derivada de la
observación material y de la experiencia, y que, quizá no podamos tenerlas jamás. Kant la
hizo cortita: negó la posibilidad de tal conocimiento. Le dijo al hombre
post ilustrado “mete las narices solo en aquello que puedes saber a ciencia
cierta y olvídate del resto”. Y así camina nuestra cultura occidental hasta
hoy: negando que hay un elefante en la habitación. Y ese elefante se llama el sentido
de la existencia. El petizo habitante de Königsberg, seguramente preocupado por las graves consecuencias de su proposición, en obra posterior concedio que las creencias religiosas o tradicionales, nos podrían
salvar de la angustia de perder ese sentido vital. Pero esas respuestas, no podrían llamarse conocimiento.
Pero quisiera aproximarme o
conjeturar una respuesta a la primera pregunta, planteada más precisamente de otra forma: ¿a los
hombres del siglo XXI nos mueve la misma chispa que a los de siglos pretéritos?
¿hay mayor o menor sabiduría en las motivaciones y deseos de nuestro siglo?
Qué mejor que la ciencia
económica, para reconocer cuales son los deseos que motivan al hombre del siglo
XXI. Porque la economía tiene un axioma bastante ilustrativo en esta habitación
donde el elefante aquel es transparente. Dice ese axioma que, la sociedad se
mueve por expectativas económicas, léase, por deseos materiales. Más específicamente, nos
conducimos exclusivamente para que nuestros deseos materiales presentes, se satisfagan en el futuro.
Leo pues, en las noticias
económicas, que la cotización de una empresa que fabrica los chip del futuro,
que integrarán unos super procesadores de datos, que podrán elevar a la
potencia la cantidad de datos que hasta ahora procesan los computadores, ha
subido en 600% su valor bursátil en cuestión de meses. Esto se deriva de la
creencia o fe, que la llamada inteligencia artificial será la que
formateará nuestra vidas de aquí a pocos años más y que el hombre, como dice
aquel superhéroe de Toy Story, podrá llegar al infinito y más allá.
Lo que nos indica esa alza bursátil,
no es lo que sucederá, sino lo que el hombre ilustrado del siglo XXI cree que
sucederá. ¿Y que hay tras esa creencia? Pues hay un deseo que eso suceda.
Ponemos atención en lo que, deseamos que sea la realidad. Seremos felices y
comeremos perdices. Unas supercomputadoras nos proveerán de las cosas que
necesitamos y seremos unos ociosos dichosos. Las agendas políticas apuntan a eso.
¿Qué es sino aquello, la agenda 2030 que proyecta esa utopía (o distopía según
se vea)?
Mientras tanto, el elefante barrita dentro de la habitación y seguimos simulando que no lo vemos. ¿Y cual sería lo malo de aquello? Pues que el mundo que nos rodea, es cada vez más feo e injusto, compuesto de unas elites que amaneradamente simulan no ver el elefante y por el resto de la humanidad que sí lo ve, porque el hombre nativamente y sin las deformaciones de la iliustración, es dominado por ese hambre de sentido.
Porque ¿Cuál creen ustedes que es
la causa de este mundo paralelo de las drogas, la delincuencia y la rebelión de
una religión primitiva como la mahometana? ¿Se recuerdan la obra de
arte cinematográfica titulada La Naranja Mecánica? ¿Cuál era la querella
del protagonista con el mundo que lo rodeaba?
La misma respuesta aplica a ambas preguntas:
la falta de sentido que tiene la existencia humana formateada por el relato del
mainstream dominante. La ceguera deliberada que nos enseñó el petizo prusiano: debemos olvidarnos del elefante en la sala porque no tendríamos explicaciones basadas en la experiencia.
No señores; la elite está
equivocada. No habrá aquel mundo diseñado por burócratas en las oficinas de la
ONU, simplemente porque no cuadra con la naturaleza humana. No existe la inteligencia artificial. La única que existe es la natural y
anterior a la inteligencia, es la conciencia que nos caracteriza
como criaturas únicas del universo. Kant se equivocó: no solo es posible el
conocimiento más allá de la experiencia. Es necesario. Y más que necesario: es
imprescindible para identificarnos como seres humanos. El elefante dentro de la
habitación no solo existe y está presente en la conciencia de todos los hijos de mujer, aunque los economistas y burócratas de la ONU simulen no verlo; es que
ese elefante es el único que nos puede salvar. Porque salvarse quiere decir
tener un sentido para vivir y las expectativas económicas no son
suficientes para ello.
Mi personal respuesta a la
primera pregunta es: No. No hay una única chispa que moviliza al hombre a
través de la historia y precisamente la pobreza de esa chispa contemporánea hace
que el motor funciona rateando y echando humo negro. Debemos refinar esa chispa de la
existencia humana, reconociendo que somos mucho más que lo imaginado por los burócratas de la
agenda 2030.
septiembre de 2024
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