El pensamiento abstracto nos
identifica como especie. Las ideas son el fruto del pensamiento abstracto. Dentro
de esas ideas, es el idioma la idea fundamental con la cual se construyen las
otras ideas. Desde que nacemos, la realidad nos opone una fuerza contra nuestro
deseo de vivir. Vivir es administrar un complejo de facilidades y dificultades.
La pregunta por el, qué hacer mañana, nos acompaña a los seres humanos desde
que tenemos uso de razón, problema que, a los animales, no les atañe. Para
poder proyectarnos usamos de nuestras disponibilidades como especie: nuestra fuerza
física y nuestra inteligencia. Para ello disponemos de la inteligencia que han acumulado
nuestros antepasados y nuestros coetáneos, expresadas en las ideas.
Debemos tener una idea del mundo
para saber a qué atenernos, así como el escultor en piedra debe tener un cincel
y un martillo. De esta circunstancia, surge una grave confusión que nos ha
perseguido al menos desde hace siete siglos: tendemos a confundir las ideas de
la realidad, con la realidad misma.
En las épocas de luxuria,
como la definían los estoicos, declina la capacidad de formarse un juicio por
vía personal y directa. Decae la inteligencia. En efecto, aquella aptitud para
otear el mundo y formarnos un juicio de ese mundo directamente, apoyados en las
ideas por supuesto, pero parados sobre la realidad, decae cuando, las
facilidades en nuestra vida nos permiten vivir sin asumir cotidianamente
disyuntivas vitales. La inteligencia declina. Y de ello surge un
fenómeno extrañísimo que ordinariamente no se tiene en cuenta: la declinación de
inteligencia, nos induce a recurrir a las ideas que se han acumulado al través
de la historia humana, y a leer el mundo, como una simple emanación de las ideas
sobre el mundo. Los idealistas son el reflejo de esa decadencia.
Pero sucede que el mundo, a cada
generación, le va oponiendo nuevas dificultades. Por ejemplo, las
circunstancias que nos rodean a hombres y mujeres del siglo XXI, son únicas en
la historia. Pero no solamente son nuevas y únicas comparadas con el pasado remoto, sino
incluso con la generación precedente. Y es así como sucede que, una generación completa,
distraídos por la luxuria, rehúsa escanear la realidad directamente, y se ampara exclusivamente, en las ideas sobre la realidad. En política, esto es
especialmente peligroso porque asumen la administración de una parte de la vida de
los demás, quienes controlan el poder formal del Estado. Siendo esos
controladores del poder, idealistas, nos aproximamos como el Titanic a
los iceberg, a un colapso.
Honoré Gabriel de Riqueti, conde
de Mirabeau, es un personaje inclasificable en la historia. Se hizo inmortal a
través de su aparatosa participación en Los Estados Generales convocados por
Luis XVI en 1789 en Francia, episodio que dio inicio a una de las mayores
tragedias de la historia de occidente: la revolución francesa. Manifestaba
Mirabeau una moralidad personal, más que reprochable. Reo preso por distintos
delitos contra la propiedad, contra la moral y contra el orden público. Prolífico
escritor desde la pornografía más abyecta, hasta tratados de economía política,
mecánica e ingeniería.
Ortega y Gasset, en un ensayo intitulado,
Mirabeau o El Político, desarrolla el contrapunto entre el ideal
y el arquetipo. Advierte serle Mirabeau personalmente repulsivo. Sin
embargo, en esa niebla de juicios de reproche por su moralidad personal, extrae
el arquetipo de El Político, con mayúsculas. En efecto, Mirabeau dominó
con su leonina oratoria, la Asamblea de esos Estados Generales, pero
desafortunadamente fracasó, porque no pudo convencer al sector reaccionario de
la aristocracia a la que él pertenecía, de transformar el régimen monárquico
vigente, en lo que cien años después sería una regla en todo Europa y Japón: la
monarquía parlamentaria. Murió desafortunadamente, antes del desbande sanguinario
de los Jacobinos, y una reforma ordenada del régimen monárquico, no pudo
llevarse a cabo. Francia quedó entonces, al albur de sus carniceros.
Los ideales son
las cosas según estimamos que debieran ser. Los arquetipos son las cosas según
su ineluctable realidad. Los ideales son las cosas recreadas por nuestro deseo.
Pero, ¿qué derecho tenemos a considerar lo que no es posible? He aquí la
frontera que se levanta, entre el verdadero político y el hombre de espíritu
pequeño, que quiere agitar sus deseos en la cosa pública, pero desconectado respecto
del cómo se consiguen los ideales que florecen en su mente. [1]
Sin decirlo Ortega,
se infiere en la tragedia revolucionaria francesa, el prototipo del idealista,
como contrapunto a Mirabeau: Maximiliano Robespierre, que se apodaba asimismo El
Incorruptible. Este incorruptible, fue una sabandija que asesinó a miles y
miles de franceses para depurar al elemento humano y obtener un producto
refinado: el hombre nuevo, el citoyen. Perseguía de modo incorruptible
un ideal, y hacía camino al andar. Su caminar era empero sobre cadáveres guillotinados
de sus compatriotas, provocando la desgracia y el terror de un pueblo entero. El
Incorruptible no tuvo siquiera honor para morir. Sabiendo que le esperaba
el patíbulo, trató de suicidarse, pero sin determinación ni destreza, solo
logró herirse. Las hienas humanas que conformaban el partido jacobino, lo instalaron
en la guillotina, pero al revés; mirando el filo del acero, para que experimentara
cómo, habían muerto las miles de víctimas bajo su mano. Como dice el adagio,
hizo el bien e hizo el mal. El mal que hizo lo hizo bien, y el bien que hizo lo
hizo mal.
El idealista no reconoce
límites. El político arquetípico en cambio, descubre que el mundo es sólido,
que el margen de holgura concedido a la intervención de nuestro deseo, es muy
escaso y que más allá de él, se levanta una materia resistente, de constitución
rígida e inexorable[2].
En la historia de
Chile del siglo XX, una expresión patente del idealismo insubstancial e
incoherente con la realidad, fue la llamada Revolución en Libertad, bandera
del gobierno de la democracia cristiana entre 1964 y 1970, que pavimentó el
camino al infierno de 1973. Los jóvenes militantes del partido conservador, se
escindieron de aquel mal padre, y formaron la Falange, que luego se transformaría
en el Partido Demócrata Cristiano. Inspirados por la luz divina, de una
Iglesia católica aggiornada, que comenzaba ya a crujir en todas sus cuadernas, advirtiendo
el naufragio actual, desfogaron sus ideales en políticas que, según ellos, le
cambiarían el rostro a Chile y al mundo. Con el apoyo de la derecha, y
posteriormente, con su parálisis; obtuvieron, primero, la presidencia de la
república con Frei Montalva, y al año siguiente una mayoría parlamentaria
abrumadora. Declaraban exultantes, que serían gobierno durante cincuenta años.
¿Qué sucedió? Que
todas las reformas y fórmulas de gobierno eran ideales sin ningún apego
a la realidad. La reforma agraria significó violencia, escases de alimentos, ruina
económica, ruina social y ruina cultural del país; sus políticas económicas
inspiradas en la CEPAL[3],
dejaron al país sumido en mayor pobreza que la que existía ya, con inflación
galopante y crecimiento económico cercano a cero. Los indicadores económicos y
sociales muestran por doquier aquel fracaso. Los idealistas cristianos duraron
un período en el poder, y de la revolución en libertad… nunca más se supo.
¿Y la renovación
moral que esgrimían estos celosos cristianos? Tampoco fue ajena aquella
cofradía de idealistas impetuosos, a la corrupción y al tráfico de influencias.
Las políticas cambiarias, las barreras arancelarias, la reforma agraria, las
adjudicaciones truchas de obras públicas, dieron lugar a una generación de nuevos
privilegiados, que se hicieron inmensamente ricos, pero… hermanados en
Cristo y ad maiorem Dei gloriam. ¿Y los ideales de aquel himno, Brilla
el Sol de Nuestras Juventudes? Bueno… no siempre las cosas resultan como
uno quiere... Claudio Varas Ferrer, en su libro “Como Frei y la Democracia
Cristiana Entregaron Chile al Marxismo”, describe con lujo de detalles y con
recortes de los diarios de entonces, las felonías efectuadas por aquellos
idealistas, que, oh sorpresa… se parecen mucho a los que integran actualmente el
gobierno.
Vamos ahora a
nuestros jóvenes idealistas del siglo XXI: El Frente amplio; una confusa
cofradía de idealistas, que llegan al poder esgrimiendo ideales revolucionarios
variopintos, y curiosamente protegidos y financiados en sus inicios por el
capitalismo globalista. Pretendían ser la tumba del odiado neoliberalismo y de la
constitución de Pinochet, supremo mal según su versión. Todo augura que no conseguirán
absolutamente nada de lo que se propusieron. Propician una revolución en el
ámbito sexual, que importa la superación de la familia - política ya empeñada
por Bachelet-. Y en el ámbito económico, mayor participación del Estado
benefactor, gas a precio justo, derecho a la vivienda, a la educación gratuita y
de calidad y de paso sustraer de las familias la educación sexual, para poder
sexualizar a los infantes y estos puedan libremente optar por castrarse o
instalarse el sexo que se les ocurra, cuidado de la pacha mama para evitar que
los capitalistas malos le hagan daño. Todas políticas tempranamente fracasadas.
El gas es más caro, el déficit habitacional aumenta, las madres y padres de
Chile reaccionan a su delirante política de depravar a los niños, la inversión
en infraestructura productiva reducida a sus mínimos históricos.
En lo que, si han
demostrado en un año y medio, es que sus felonías, corruptelas y directamente
saqueo del erario público, no tiene ni remotamente el estilo de los idealistas
del 64. Su moralidad y honestidad con que limpiarían la cubierta del barco del
estado, no era con agua, sino con estiércol.
Sus objetivos
políticos, en un año y medio han quedado definitivamente al garete, y si el
parlamento no tiene el patriotismo de defenestrar al egresado de derecho, a
través de una acusación constitucional para la cual ya hay mérito suficiente, consumirán
el resto de sus dos años y medio que les queda en el poder, en defenderse de
querellas, juicios de cuenta y acusaciones de toda índole, mientras el país se
va a pique. A la inversa que el Dios del Génesis, lo que hacen lo hacen mal, y
los resultados son, la generalización de la violencia delictual y terrorista en
todo el territorio nacional y el dramático empobrecimiento de la población.
¿Razones de estos
fracasos? El idealismo; el que se manifiesta en: a) Una lectura radicalmente equivocada
de la realidad, b) una propuesta política y económica inviable y lesiva al
interés nacional, c) una autopercepción radicalmente equivocada de ellos mismos
como ángeles moralizadores en circunstancia, que son pequeño burgueses,
incapaces de enfrentar la realidad para ganarse la vida legitima y
honorablemente, y pretenden hacerlo con el dinero de propiedad del resto de los
chilenos, y d) una destreza nula para siquiera intentar esos desatinos. Si se
analiza desapasionadamente, esas características también acompañaron a los
idealistas del siglo XX con la excepción quizá, de la destreza para cometer sus
latrocinios. Los idealistas actuales, no han atinado ni en los fines, ni en los
medios correctos. Al cabo, aquello era de esperar, pues su líder es una persona
incapaz de cumplir siquiera con sus básicas obligaciones escolares.
¿Por qué los
revolucionarios, causan por regla general el mal a sus pueblos? Por la consecuencia
expuesta por Alexis de Tocqueville[4]:
la lectura equivocada de la realidad en función de una realidad ideal impráctica,
es promesa de discordia, pobreza, generaciones perdidas, frustraciones y sufrimientos,
especialmente de los más débiles de la sociedad.
El experimento
que padece Chile contemporáneo, demanda que la juventud que asumirá la
conducción de la patria, comprenda que la nación se construya ladrillo por
ladrillo, con esfuerzo y humildad, que los idealistas no tienen. Qué las
recetas totalizadoras mencionadas por Mario Góngora[5],
han demolido en Chile, lo que patriotas de antaño construyeron. El Chile de hoy
demanda el surgimiento de un liderazgo real, valiente, pragmático y respetuoso de
la dignidad humana, de la familia, de la propiedad y de la nación chilena. Vomitad
a los que quieran fabricarles la vida a los chilenos con recetas.
Por ahora, no se
ve a nadie en el firmamento de la patria con esos talentos. El éter nacional está
por ahora, plagado de insectos venenosos y avechuchos depredadores. Por eso
elevo una oración: libranos Señor de los idealistas y envíanos líderes
patriotas, justos, prudentes, fuertes y templados.
Julio 2023
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