domingo, 19 de julio de 2020

CARTA AL PRESIDENTE

Señor

Sebastián Piñera Echenique

Presidente de la República

Presente

Exmo. Señor Presidente:

Ad portas del fin del confinamiento provocado por la pandemia, ha de preguntarse V.E. de día y de noche, en vigilia y en sueño; si el desconfinamiento reactivará la asonada subversiva que ha acosado al País. Los hechos y las informaciones que dispone deben abrumarlo con la presunción que está todo “listo y dispuesto” a forzar el quiebre del Estado por la violencia subversiva, a fin de derribar el régimen y derrocarlo. Todo ello infortunadamente alentado, por la forma con que V.E. se condujo en la pre pandemia, cuando renunció al uso de la fuerza mediante decreto de su ministro Sr. Espina por orden suya, que prescribió un nuevo “protocolo” de uso de la fuerza letal. Protocolo que en la práctica hace imposible su ejercicio para la defensa del orden público[1].

Como V.E. sabe, el uso de la fuerza letal disponible en manos de las fuerzas armadas y de orden, podría en cosa de minutos o cuando mucho de horas, y con una mínima pérdida de vidas del contingente de las fuerzas del estado, neutralizar las asonadas proyectadas en el País, por cuanto -cualquiera lo sabe- la correlación de fuerzas entre la subversión y las fuerzas de orden, es radicalmente dispar. También debe saber V.E., que la decisión de proceder con fuerza letal, disuadirá a los facciosos tibios -que son la mayoría- a abstenerse de su procedimiento violento.

Pero si leyera estas letras V.E. pensaría que el que las escribe no está en sus zapatos. En efecto, es terrible la disyuntiva en la que V.E. se encuentra. Disponer del uso de la fuerza letal contra chilenos, tendrá consecuencias negativas para la convivencia: En primer lugar, la muerte de compatriotas, principalmente jóvenes que se resistan al restablecimiento del orden. En segundo lugar, la activación de una campaña política nacional e internacional en contra de su persona por la supuesta trasgresión que ese mandato comportaría a los derechos humanos, lo que lo haría objeto de un juicio de reproche que pudiera incluso, in extremis, privarlo de su libertad personal.

Respecto lo primero, lamento que V.E. y cualquier agente del Estado se encuentre en esta indeseada disyuntiva. Pero como todas las cuestiones trágicas de la vida, la única opción es afrontarla con fortaleza y con fe en el justo juicio de Dios, a quien V.E. respeta y venera. Al eludirla y no afrontarla, será V.E. juzgado más duramente por sus compatriotas y por Aquel que nos creó; por hacer posible se desarrolle lo que podría derivar en una guerra civil, tragedia indudablemente peor.

Lo segundo, la activación de una campaña nacional e internacional destinada a destruir su imagen y su persona, me parece que dista de ser, como la oposición y la prensa quisiera creer, “pan comido”. En efecto, la clase política que ha gobernado los últimos treinta años en nuestro país y de la que usted forma parte, ha vivido en un perverso aislamiento; sobre informado por las propias élites y sub informado de la genuina opinión pública. Pareciera usted en particular y la clase política en general, solo visualiza lo que las élites opinan (encuestas de agencias de poder, prensa, ONGs internacionales, transnacionales etc.). Elites que padecen de una confusión respecto de lo que es la ética, el derecho y la guerra, y concretamente la naturaleza que los denominados derechos humanos tienen. Confrontar los conceptos señalados precedentemente ayudará a despejar esta confusión, que le aseguro V.E., no comparten los chilenos comunes y corrientes.

Como V.E. sabe por haber probablemente leído a Von Clausevitz, la guerra es un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad. Así lo sostuvo atinadamente cuando estalló la subversión en octubre pasado: estamos en guerra dijo V.E., al constatar que un grupo de personas, por la vía de la fuerza, buscaban destruir bienes y personas para imponer su voluntad[2].

Sabe V.E. también que el derecho, es la prescripción de conducta, que tiene fuerza coactiva, es decir que legítimamente puede someter por la fuerza al transgresor. La ética es exactamente lo mismo que el derecho, pero sin el elemento coactivo; siendo el obligado libre de fuerza, para cumplir o no la norma ética.

Los derechos humanos han sido una creación doctrinaria que ha sido usada con objetivos de bien común, que es su fin propio. Pero su doctrina es incompleta e imperfecta. Es incompleta porque en su descripción no especifican con total claridad quienes están sometidos a respetar sus prescripciones, esto es, quienes son los obligados a ellas. Y de esa imprecisión surge una fatal confusión, que permite su uso de mala fe, para fines políticos y de guerra; esto es, como medio para someter al contendor o al enemigo. Me explico; al no determinar claramente quienes están obligados, quienes aspiran al poder sea por vía lícita o por medio de la violencia, inducen a la opinión pública a pensar que el único obligado al respeto de los derechos humanos es el Estado, y que las personas que no son el Estado soberano, no se encuentran obligados por ellos. Eso es una verdad a medias, y como toda verdad a medias, es una mentira en el contexto.

Los derechos humanos son una doctrina que se encuentra en la frontera entre la ética y el derecho. Deben ser respetados por el Estado y por todos y cada uno de los ciudadanos. Su respeto es la condición de normalidad. La palabra normalidad contiene el concepto de norma. El Estado debe conducirse ordinariamente con respeto a los derechos humanos, en un contexto de normalidad, pero no puede someterse el soberano a su respeto, cuando un grupo y -como en el caso de nuestro país- un partido político con nombre y apellido, tiene por objeto explícito subvertir el orden público, torcer la voluntad soberana expresada en elecciones libres y democráticas, sembrar el terror en la población mediante la destrucción de la propiedad pública y privada y a través de la destrucción de la dignidad e integridad física de las personas, especialmente de los agentes del orden a quienes V.E. les debe la lealtad. Y lo que es más grave aun; inducir a jóvenes sin juicio propio – carácter que se desprende de su conducta- a ser aniquilados por la respuesta normal de las fuerzas armadas y de orden. Ante esta flagrante y maléfica transgresión de los derechos humanos de todos los chilenos, el Estado no puede someterse. Debe combatir y protegernos.

Al adoptar V.E. la decisión dolorosa e indeseada, de ordenar taxativamente y bajo su responsabilidad personal, usar la fuerza letal del Estado para doblegar la subversión y sedición en curso; no solo no estará violando los derechos humanos, sino estará permitiendo que se recupere su respeto en el contexto de la convivencia pacífica. ¿Qué tiene a la mayoría parlamentaria en su contra que buscará derrocarlo a través de la acusación constitucional? Evidentemente es un riesgo, pero desafortunadamente para V.E., en la disyuntiva a que debe optar, es por el orden antes que el caos; por lealtad a la mayoría que lo eligió, antes que por las élites facciosas.

Respecto al juicio sobre su persona, la mayoría ciudadana que ama la paz y el orden como medio insustituible para deliberar sobre el bien del país, apoyará su decisión en la medida que sea rápida, certera y sin titubeos. Del mismo modo la comunidad internacional de las naciones, que comparten sus valores, tendrá la certeza que usted agotó todos los medios a su disposición para las soluciones pacíficas, y que fue sometido por un enemigo tenaz, a esta indeseada decisión. Además, es razonable estimar que el intento por someterlo a un juicio político por parte de una confusa y perpleja oposición política, se verá frustrado cuando constaten que la mayoría de la ciudadanía que lo ha abandonado ahora por sus indecisiones y ambigüedad, lo acompañe cuando sus decisiones sean certeras y asertivas.

Respecto de los facciosos enquistados en otros poderes del Estado, como el ministerio público y el poder judicial, que pretenden pasar por sobre la ley como coadyuvantes de la subversión, debe usted activamente disponer su sometimiento a la Constitución y la ley a través de los mecanismos que la misma ley le franquea.

En su emotivo mensaje, cuando asumiera la presidencia por segunda vez, invocó usted las palabras de Ercilla para referirse a los chilenos. Sea usted presidente, digno de los hijos de esta tierra, sálvenos usted de la conflagración entre hermanos. El caos que pretende la subversión no nos someterá pacíficamente a los hombres libres de esta tierra. Si no procede, la guerra civil se hará posible; y usted será el culpable de ella, por cuanto pudiendo evitarla, no lo hizo.

Dios guarde a V.E.



[1] A mi juicio su proceder en este caso, degrada su valía moral y la de su ministro. El contenido de ese documento es una deslealtad cometida en contra cada uno de los miembros de las fuerzas armadas y de orden. Cualquier persona expuesta al fuego enemigo, requiere del apoyo de sus superiores. V.E. ha dicho implícitamente a través de ese documento, que cualquier consecuencia adversa que sufran los facciosos, no es de su responsabilidad sino del que dispara. Los que diariamente exponen su integridad física y moral a merced de quienes explícitamente los quieren exterminar, aunque callen, tienen juicio V.E. Este instructivo lo hará pasar a la historia a usted y a su ministro, como hombres sin honor. Enmiende ese error presidente, antes que sea tarde.

[2] Me permito emitir otro juicio al respecto: Debió V.E. haber destituido en el acto, al comandante de la Guarnición de Santiago General Iturriaga, quién le enmendó deslealmente la plana, expresando una falacia que lo condena en su honor militar. “Yo no estoy en guerra con nadie”. ¿Acaso cree el señor General que lo han nombrado y remunerado el Estado, como un método de autoayuda sicológico? El es un oficial de estado mayor, y sabe muy bien que los luctuosos actos cometidos en Santiago el 18/8 fueron técnicamente un acto de guerra. Entonces a través de una falacia mintió y le quitó el piso a su mando, que es V.E. El Estado lo puso en su cargo no para “que fuera feliz con su familia” como expresó él, sino para que cumpliera con su deber. Se equivocó V.E. al mantenerlo en su puesto y someterse a su falacia.


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