Señor
Sebastián Piñera Echenique
Presidente de la República
Presente
Exmo. Señor Presidente:
Ad portas del fin del confinamiento provocado por
la pandemia, ha de preguntarse V.E. de día y de noche, en vigilia y en sueño; si
el desconfinamiento reactivará la asonada subversiva que ha acosado al País.
Los hechos y las informaciones que dispone deben abrumarlo con la presunción que
está todo “listo y dispuesto” a forzar el quiebre del Estado por la violencia subversiva,
a fin de derribar el régimen y derrocarlo. Todo ello infortunadamente alentado,
por la forma con que V.E. se condujo en la pre pandemia, cuando renunció al uso
de la fuerza mediante decreto de su ministro Sr. Espina por orden suya, que prescribió
un nuevo “protocolo” de uso de la fuerza letal. Protocolo que en la práctica hace
imposible su ejercicio para la defensa del orden público[1].
Como V.E. sabe, el uso de la fuerza letal disponible
en manos de las fuerzas armadas y de orden, podría en cosa de minutos o cuando
mucho de horas, y con una mínima pérdida de vidas del contingente de las
fuerzas del estado, neutralizar las asonadas proyectadas en el País, por cuanto
-cualquiera lo sabe- la correlación de fuerzas entre la subversión y las
fuerzas de orden, es radicalmente dispar. También debe saber V.E., que la
decisión de proceder con fuerza letal, disuadirá a los facciosos tibios -que
son la mayoría- a abstenerse de su procedimiento violento.
Pero si leyera estas letras V.E. pensaría que el
que las escribe no está en sus zapatos. En efecto, es terrible la disyuntiva en
la que V.E. se encuentra. Disponer del uso de la fuerza letal contra chilenos, tendrá
consecuencias negativas para la convivencia: En primer lugar, la muerte de compatriotas,
principalmente jóvenes que se resistan al restablecimiento del orden. En
segundo lugar, la activación de una campaña política nacional e internacional
en contra de su persona por la supuesta trasgresión que ese mandato comportaría
a los derechos humanos, lo que lo haría objeto de un juicio de reproche que pudiera
incluso, in extremis, privarlo de su libertad personal.
Respecto lo primero, lamento que V.E. y cualquier
agente del Estado se encuentre en esta indeseada disyuntiva. Pero como todas
las cuestiones trágicas de la vida, la única opción es afrontarla con fortaleza
y con fe en el justo juicio de Dios, a quien V.E. respeta y venera. Al eludirla
y no afrontarla, será V.E. juzgado más duramente por sus compatriotas y por Aquel
que nos creó; por hacer posible se desarrolle lo que podría derivar en una
guerra civil, tragedia indudablemente peor.
Lo segundo, la activación de una campaña nacional e
internacional destinada a destruir su imagen y su persona, me parece que dista
de ser, como la oposición y la prensa quisiera creer, “pan comido”. En efecto, la
clase política que ha gobernado los últimos treinta años en nuestro país y de
la que usted forma parte, ha vivido en un perverso aislamiento; sobre informado
por las propias élites y sub informado de la genuina opinión pública. Pareciera
usted en particular y la clase política en general, solo visualiza lo que las
élites opinan (encuestas de agencias de poder, prensa, ONGs internacionales,
transnacionales etc.). Elites que padecen de una confusión respecto de lo que
es la ética, el derecho y la guerra, y concretamente la naturaleza que los denominados
derechos humanos tienen. Confrontar los conceptos señalados precedentemente ayudará a
despejar esta confusión, que le aseguro V.E., no comparten los chilenos comunes
y corrientes.
Como V.E. sabe por haber probablemente leído a Von
Clausevitz, la guerra es un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al
adversario a acatar nuestra voluntad. Así lo sostuvo atinadamente cuando
estalló la subversión en octubre pasado: estamos en guerra dijo V.E., al constatar que un
grupo de personas, por la vía de la fuerza, buscaban destruir bienes y personas
para imponer su voluntad[2].
Sabe V.E. también que el derecho, es la prescripción
de conducta, que tiene fuerza coactiva, es decir que legítimamente puede someter
por la fuerza al transgresor. La ética es exactamente lo mismo que el derecho,
pero sin el elemento coactivo; siendo el obligado libre de fuerza, para cumplir
o no la norma ética.
Los derechos humanos han sido una creación
doctrinaria que ha sido usada con objetivos de bien común, que es su fin propio.
Pero su doctrina es incompleta e imperfecta. Es incompleta porque en su
descripción no especifican con total claridad quienes están sometidos a
respetar sus prescripciones, esto es, quienes son los obligados a ellas. Y de
esa imprecisión surge una fatal confusión, que permite su uso de mala fe, para
fines políticos y de guerra; esto es, como medio para someter al contendor o al
enemigo. Me explico; al no determinar claramente quienes están obligados, quienes aspiran
al poder sea por vía lícita o por medio de la violencia, inducen a la opinión
pública a pensar que el único obligado al respeto de los derechos humanos es el
Estado, y que las personas que no son el Estado soberano, no se encuentran
obligados por ellos. Eso es una verdad a medias, y como toda verdad a medias,
es una mentira en el contexto.
Los derechos humanos son una doctrina que se
encuentra en la frontera entre la ética y el derecho. Deben ser respetados por
el Estado y por todos y cada uno de los ciudadanos. Su respeto es la condición
de normalidad. La palabra normalidad contiene el concepto de norma. El
Estado debe conducirse ordinariamente con respeto a los derechos humanos, en un
contexto de normalidad, pero no puede someterse el soberano a su respeto,
cuando un grupo y -como en el caso de nuestro país- un partido político con nombre
y apellido, tiene por objeto explícito subvertir el orden público, torcer la voluntad
soberana expresada en elecciones libres y democráticas, sembrar el terror en la
población mediante la destrucción de la propiedad pública y privada y a través de la destrucción
de la dignidad e integridad física de las personas, especialmente de los agentes
del orden a quienes V.E. les debe la lealtad. Y lo que es más grave aun; inducir
a jóvenes sin juicio propio – carácter que se desprende de su conducta- a ser
aniquilados por la respuesta normal de las fuerzas armadas y de orden. Ante
esta flagrante y maléfica transgresión de los derechos humanos de todos los
chilenos, el Estado no puede someterse. Debe combatir y protegernos.
Al adoptar V.E. la decisión dolorosa e indeseada, de
ordenar taxativamente y bajo su responsabilidad personal, usar la fuerza letal
del Estado para doblegar la subversión y sedición en curso; no solo no estará
violando los derechos humanos, sino estará permitiendo que se recupere su
respeto en el contexto de la convivencia pacífica. ¿Qué tiene a la mayoría
parlamentaria en su contra que buscará derrocarlo a través de la acusación
constitucional? Evidentemente es un riesgo, pero desafortunadamente para V.E., en
la disyuntiva a que debe optar, es por el orden antes que el caos; por lealtad a la
mayoría que lo eligió, antes que por las élites facciosas.
Respecto al juicio sobre su persona, la mayoría
ciudadana que ama la paz y el orden como medio insustituible para deliberar
sobre el bien del país, apoyará su decisión en la medida que sea rápida,
certera y sin titubeos. Del mismo modo la comunidad internacional de las
naciones, que comparten sus valores, tendrá la certeza que usted agotó todos
los medios a su disposición para las soluciones pacíficas, y que fue sometido
por un enemigo tenaz, a esta indeseada decisión. Además, es razonable estimar
que el intento por someterlo a un juicio político por parte de una confusa y
perpleja oposición política, se verá frustrado cuando constaten que la mayoría
de la ciudadanía que lo ha abandonado ahora por sus indecisiones y ambigüedad,
lo acompañe cuando sus decisiones sean certeras y asertivas.
Respecto de los facciosos enquistados en otros
poderes del Estado, como el ministerio público y el poder judicial, que
pretenden pasar por sobre la ley como coadyuvantes de la subversión, debe usted
activamente disponer su sometimiento a la Constitución y la ley a través de los
mecanismos que la misma ley le franquea.
En su emotivo mensaje, cuando asumiera la
presidencia por segunda vez, invocó usted las palabras de Ercilla para
referirse a los chilenos. Sea usted presidente, digno de los hijos de esta
tierra, sálvenos usted de la conflagración entre hermanos. El caos que pretende
la subversión no nos someterá pacíficamente a los hombres libres de esta
tierra. Si no procede, la guerra civil se hará posible; y usted será el culpable
de ella, por cuanto pudiendo evitarla, no lo hizo.
Dios guarde a V.E.
[1]
A mi juicio su proceder en este caso, degrada su
valía moral y la de su ministro. El contenido de ese documento es una deslealtad
cometida en contra cada uno de los miembros de las fuerzas armadas y de orden.
Cualquier persona expuesta al fuego enemigo, requiere del apoyo de sus
superiores. V.E. ha dicho implícitamente a través de ese documento, que
cualquier consecuencia adversa que sufran los facciosos, no es de su
responsabilidad sino del que dispara. Los que diariamente exponen su integridad
física y moral a merced de quienes explícitamente los quieren exterminar, aunque
callen, tienen juicio V.E. Este instructivo lo hará pasar a la historia a usted
y a su ministro, como hombres sin honor. Enmiende ese error presidente, antes
que sea tarde.
[2]
Me permito emitir otro juicio al respecto: Debió V.E.
haber destituido en el acto, al comandante de la Guarnición de Santiago General
Iturriaga, quién le enmendó deslealmente la plana, expresando una falacia que
lo condena en su honor militar. “Yo no estoy en guerra con nadie”. ¿Acaso cree
el señor General que lo han nombrado y remunerado el Estado, como un método de
autoayuda sicológico? El es un oficial de estado mayor, y sabe muy bien que los
luctuosos actos cometidos en Santiago el 18/8 fueron técnicamente un acto de
guerra. Entonces a través de una falacia mintió y le quitó el piso a su mando,
que es V.E. El Estado lo puso en su cargo no para “que fuera feliz con su
familia” como expresó él, sino para que cumpliera con su deber. Se equivocó V.E.
al mantenerlo en su puesto y someterse a su falacia.
Extraordinario...
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