La historia real del gobierno militar
que gobernó entre 1973 y 1990, ha sido universalmente deformada. El proceder de
sus gestores e impulsores, cometió el pecado de contradecir todos los relatos
vigentes. Su praxis no fue coincidente con ninguna verdad utópica revelada de las
que, a los tumbos, se ha alimentado un occidente espiritualmente decadente. El
común denominador de esos relatos dominantes, ha sido denostar a sus gestores e
impulsores. ¿Cómo? con expediente muy simple: mentir y torcer la realidad de los acontecimientos,
para hacer sostenible aquel relato, cuando el bote de nuestra cultura
occidental hace agua por todos lados. Si la realidad no coincide con el relato,
pobre realidad.
El hábito de deformar la historia
deliberadamente no es nuevo. Los anglosajones desde principios del siglo XVII
han sido maestros en la manipulación de verdades históricas colectivas por afán
hegemónico. Las logias masónicas francesas e inglesas, desde entonces,
aprendieron diestramente a mentir e imponer relatos falsos que hoy dominan el
horizonte infracultural de occidente.
Pero volviendo al gobierno militar,
peyorativamente bautizado: La Dictadura. No obstante todo lo que se ha mentido sobre su gestión, hay un episodio
sobre el cual resulta imposible mentir sin pillarse los dedos. Me refiero a
aquel que tuvo a Chile y Argentina al borde de la guerra, en los años 1977 y
1978.
¿Cómo sucedieron los hechos?: Una
cofradía de dementes[1]
de opereta gobernó Argentina desde 1974 a 1983, pretendiendo transformarla en
una potencia mundial militar del siglo XXI. En un afán utópico-nacionalista,
comenzaron a desarrollar un plan para convertir a Argentina en una nación
bioceánica que abarcase desde las islas Shetland del Sur hasta el Océano Pacífico
y sus respectivas proyecciones antárticas. Hay documentación histórica que así
lo demuestra. Lo que la diplomacia binacional argentino-chilena tejió con
esfuerzo y sacrificio en años anteriores, estos dementes lo hicieron añicos
cuando declararon en 1977, insanablemente nulo, el fallo del laudo
arbitral de Su Majestad Británica, que le daba la razón jurídica a Chile, laudo al
que la nación transandina se había comprometido respetar, conforme los cánones
civilizados. Declaración esta, que debe estudiarse en todas las academias
diplomáticas del mundo, como la aberración jurídica y prudencial más delirante
de la historia.
El cálculo afiebrado de aquel
gobierno militar argentino, se equivocó en todo; particularmente en su capacidad
de imponerse militarmente a Chile y al Reino Unido de la Gran Bretaña. En 1978
organizaron una ofensiva militar contra Chile con nombre de sainete: Operación
Soberanía. Dieron orden de ataque el 22 de diciembre de 1978, y a minutos
de materializar dicho ataque, llegaron a la conclusión que la escuadra naval
chilena los destrozaría, abortando vergonzosamente la operación. Lo que digo, cualquier
profesor de cualquiera academia naval del mundo lo puede corroborar con la
misma precisión de dos más dos son cuatro: Si entraba en operaciones ofensivas,
la flota de guerra argentina, tenía asegurada la derrota.
¿Vocación pacifista del gobierno militar
argentino? Ninguno. ¿La prueba de ello? La invasión de las Falkland y posterior
vergonzosa, humillante y total derrota que les infringió el Reino Unido. Congruente
con su vocación belicista, en términos prácticos, no acataron el segundo fallo,
esta vez, del Papa Juan Pablo II, que nuevamente le daba la razón jurídica a
Chile[2].
Fue el colapso por implosión del gobierno militar argentino y la ruina
económica y social que precipitaron ellos mismos, los que obligaron al
posterior gobierno de Raúl Alfonsín a agachar el moño a través de un plebiscito
en que la cordura del pueblo argentino afloró, y se aprobó por abrumadora
mayoría aceptar los resultados de la mediación papal, sometiéndose a la cruda
realidad de haber sido gobernados por dementes, que permitieron se humillara a
su digna y más que centenaria nación.
¿Quién pues fue el gestor de la
paz? ¿Cuál fue la causa suficiente y necesaria de la paz? No puede caber duda
alguna: La conducta del gobierno de las Fuerzas Armadas y de Orden de Chile y, en
especial, el sagaz talento militar y diplomático del Presidente Augusto
Pinochet Ugarte, quien debió jugar un póker con muy pocos ases, e incluso con
la tácita resistencia de su camarada y amigo, presidente de la Junta de
Gobierno, José Toribio Merino, quien conocía la ciencia bélica naval y le
asistía la prudente certeza que la escuadra de guerra chilena derrotaría a la flota
de mar argentina.
¿Qué la paz se materializó a
través de la brillante intervención de SS Juan Pablo II y su plenipotenciario
el Cardenal Samoré? Es verdad. Pero el que repartió las cartas para que así
sucediera, fue Pinochet y nadie más que él. Esta gigantesca verdad no se podrá
tapar con el dedo jamás.
Se cumplían hace algunas semanas
cuarenta años de la suscripción del tratado de paz y amistad en 1984,
tardíamente aceptado por el gobierno y el pueblo argentino, luego del fallo del
mediador Su Santidad el Papa Juan Pablo II. Si usted señor lector, busca en
Wikipedia o cualquier otra fuente del mainstream que gobierna el relato
políticamente correcto, se encontrará con la azorante sorpresa que el Tratado
de Paz y Amistad se firmó ante el Papa, pero nada dice que fue gestado por la
actitud pacifista pero inclaudicable de Chile y del valiente espíritu de
justicia de San Juan Pablo II. Pareciera que el acuerdo nació de la benevolente
actitud de ambos países, lo que es perfectamente falso.
¿Por qué tal olvido? Muy sencillo
de responder: ¿Qué tienen en común El Papa Juan Pablo II y don Augusto
Pinochet? ¿No será su anticomunismo y su condición de campeones en la derrota
de esa nefasta ideología en el siglo XX? Cualquier recuerdo con un relato serio
del evento (no como el de Wikipedia) les dará a ambos próceres benefactores de
la paz, los laureles que les corresponden. Pero eso, el mainstream de la
revolución en curso, no puede permitirlo.
¿Se entiende entonces la amnesia
del gobierno revolucionario del presidente Boric? A mayor abundamiento, para el
presidente Milei, el evento supone escarbar una herida que aun duele: la humillación
doble para su pueblo. En consecuencia, tampoco tiene voluntad e interés en
recordar.
Queda pues castrada la historia
con la versión falsamente edulcorada con la amarga hiel de la mentira, donde un
día se juntó el canciller Caputo con el canciller Del Valle e iban pasando
accidentalmente por el Vaticano donde firmaron un papel.
En el enésimo intento del
presidente Pinochet de urdir una paz negociada en Puerto Montt en 1978, no
habiéndose logrado ningún acuerdo por la vergonzosa falta de autoridad del mandatario argentino, el
presidente Rafael Videla le dijo a don Augusto Pinochet: No se preocupe
tanto por esta guerra presidente, pues será corta e incruenta. Pinochet le
contestó: Se equivoca gravemente usted presidente: si llegamos a la guerra,
esta será larga y sangrienta e involucrará a tres generaciones de chilenos y
argentinos. Conozco a los chilenos como usted no los conoce.
Queda pues velado y deformado
deliberadamente el episodio diplomático más relevante del siglo XX, que salvó
miles de vidas. Porque no se puede revelar su autoría.
Diciembre de 2024
[1]
Un demente es una persona
carente de juicio. Se puede obrar de forma demente en todos o en algunos
aspectos de nuestra conducta.
[2]
No olvidar el discurso del Presidente Galtieri anunciando la invasión de las
Falkland: Este es solo el comienzo de la recuperación de los terrenos
irredentos. Discurso efectuado cuando ya se tenía el fallo de Su Santidad a
favor de Chile.
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