Inteligencia es la capacidad de
entender o comprender. La etimología de la palabra nos lleva a la capacidad
para leer – metafóricamente - dentro de los fenómenos con que nos enfrentamos y
obtener una conclusión de dicha lectura. Algoritmo, es un conjunto ordenado y
finito de operaciones lógicas que nos permiten inferir una solución o
conclusión.
La llamada inteligencia
artificial, es para muchos un fenómeno novísimo y del todo inédito en la
historia de la humanidad. Discutible. En lo que sí, pareciera haber absoluto
consenso, es que lo genuinamente inédito, es la capacidad de la tecnología
electrónica para procesar a una velocidad vertiginosa, muchísima información. En
los últimos años, en virtud de la sofisticación de los hardware, mientras un
computador de hace diez años, infería conclusiones por datos que se le
aportaban, las super computadoras contemporáneas de la llamada inteligencia
artificial, hacen lo mismo, pero adicionando los datos que le proveen las
inferencias que ellas mismas producen, con lo cual adicionan sin cesar, nuevos
y nuevos datos. Por consecuencia esa mayor capacidad de inferencias, podría
superar los límites que la inteligencia humana tiene o podría llegar a tener,
para inferir algoritmos. Literariamente, el relato optimista o progresista señala
que las computadoras razonan. Más preciso sería decir que se auto
proveen de datos nuevos, fruto de sus propias inferencias algorítmicas. Como
fuere, el fenómeno es azorante porque en términos teóricos y con una mirada
superficial, podríamos concluir que las máquinas podrían llegar a dominar el
mundo.
Soy un incondicional fans del Chavo
del Ocho. Tengo cientos de discos compactos -tecnológicamente pasados de
moda- con decenas de capítulos que periódicamente me repito y me vuelvo a reír
una y mil veces de las peripecias de aquel tierno infante que representaba
Gómez Bolaños. Los libretistas de esa serie cómica demostraban conocer profundamente
la sicología infantil. Todos se recordarán cuando eran niños la pasión que
abrumaba la imaginación infantil cuando planificábamos como sería el juego que
efectuaríamos. El Chavo del Ocho salta entusiasmado moviendo pies y brazos,
diciendo saz que íbamos y saz que veníamos entonces tu eras estos yo era
esto otro. Me recuerdo de verdaderas epifanías infantiles con un primo,
cuando planificábamos las características de los caballos que cada estaca de
palo representaba y que montábamos a horcajas de esos maderos. Unos caballos
serían overos, otros negros, unos yeguas, otros potros, etc.
Al analizar el fenómeno de la
inteligencia artificial, algunos han caído en cierto entusiasmo fantasioso como
el del Chavo del Ocho cuando imagina juegos futuros con sus camaradas. Coopera
a aquellas visiones utópicas o distópicas que se proyectan por entusiastas
analistas -algunas descabelladas-, cierta falta de formación filosófica y
epistemológica básica, y siendo más crudos para enjuiciarlos, alguna estupidez
deliberada pour epate le bourgueois.
No obstante, los chorros de tinta
que han motivado el tema, y las horas de videos que circulan por la web para su
exégesis, no hay consenso unívoco en la definición del concepto inteligencia
artificial. La Real Academia de nuestra lengua la ha definido de una manera conservadora:
Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que
ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el
aprendizaje o el razonamiento lógico. Wikipedia reúne un conjunto de
síntesis escritas al respecto, y ofrece una definición algo más amplia: Disciplina
y un conjunto de capacidades cognoscitivas e intelectuales, expresadas por
sistemas informáticos o combinaciones de algoritmos, cuyo propósito es la
creación de máquinas que imiten la inteligencia humana para realizar tareas, y
que pueden mejorar conforme recopilen información. Es decir, para algunos
es el proceso, y para otros el proceso y el resultado del proceso en conjunto.
Con seguridad, algunos pacientes
lectores de estas letras dirán a estas alturas que éste no conoce los
avances de la computación y habla de ignorante. Y ello porque el tema ha
despertado un apasionamiento, creo yo, como consecuencia de verse la humanidad caminando
sobre un vidrio transparente que cruza un abismo. Así, muchos radicalizan sus
visiones en función del terror vacui que el tema produce al aceptar como
necesarias (ni siquiera como posibles), las hipótesis de las consecuencias de
este fenómeno, que desplazaría a los seres humanos de su hogar, que es el mundo.
Kant metió dentro de un saco
negro para arrojar a la basura de lo que él llamó la ciencia, el
conocimiento excluido de toda experiencia. Así lo hace saber al lector en la
introducción de su Crítica a la Razón Pura. Quizá sin proponérselo, con
esa premisa, sometió a un capitis diminucio a una principalísima facultad de la
inteligencia que es la imaginación. Y es principalísima, porque la cantidad y
cualidad de las variables con que la realidad nos enfrenta, son inabarcables a
través de la experiencia. Es preciso pues, imaginar una porción de la realidad sin
capacidad para experimentarla, a fin de poder representarnos explicaciones completas
de esa realidad. Los textos religiosos por ejemplo y la metafísica nos hablan
de ello. Aquello, para Kant no es ciencia. Y al decir el pequeño prusiano “no
es ciencia” nos está diciendo, “no es conocimiento de verdad”.
De aquella poda arbitraria y por
consecuencia deformación con que Kant refiérese a la ciencia y al conocimiento,
surgen los fantasmas de la llamada inteligencia artificial. Y son estos mismos
fantasmas las condiciones de posibilidad de las confusiones a que nos ha
sometido la modernidad. Me explico:
Cuando Kant cerró el paso con una
barrera, a la metafísica e incluso a la religión, reduciendo a esta última a un
conjunto de prescripciones de conducta moral, la humanidad en el occidente
cristiano, comenzó paulatinamente a quedar vacía de una creencia y explicación
global del mundo. El vértigo azorante a
que nos somete no saber bien de donde venimos ni hacia donde vamos, dio pábulo
para la formulación de principios explicativos de la realidad, que fueron
mutando en estructuras de ideas totalizadoras, que encerraban el mundo en lo
inmanente y conocido, dejando fuera lo demás[1].
Mucho más que explicaciones racionales coherentes y empíricas. Se infería de
algunas experiencias, explicaciones totalizadoras de la realidad. Esos cuerpos
de ideas son las ideologías que dieron lugar a la mística revolucionaria que
animó al mundo desde fines del siglo XVII: el mundo es susceptible de ser
transformado por el hombre en base a principios coherentes y utopías futuras
entendidas como consecuencias necesarias. El liberalismo con su mitología del progreso,
el marxismo con su mitología del comunismo, la emancipación del individuo, la
liberación de la mujer; han dado pie a la existencia de sustantivos fuertes
llamados a converger en la historia humana, hacia un futuro esplendor utópico. La
religión, la metafísica, la poesía, la tragedia; conforme a estos relatos, pasaron
a ser atavismos primitivos.
Pero la pesada carga de la
realidad ha generado un actual estado de letargia intelectual que sucede a la
euforia y optimismo inicial. Aquellos relatos ideológicos, al someterse a la
realidad han probado empíricamente sus falsías y errores. Sin embargo, la estructura
mental que les dio vida, aun sobrevive entre nosotros. Aún, el mito del
progreso, el mito comunista y el mito progresista, apolillados y algo
desencajados de modo manifiesto con la realidad, sobreviven y tienen sus
adeptos.
¿Pero que tiene que ver esta
genealogía del devenir del pensamiento humano, con la llamada inteligencia
artificial? Pues todo. Desde el nombre hacia adelante.
Porque, ¿a qué queda reducida la
inteligencia humana cuando se le excluye o desvaloriza la imaginación? A datos.
A inferencias. A inteligencia algorítmica. Qué aquella porción de la
inteligencia humana es importante, sin duda; pero no es “la inteligencia” íntegramente
comprendida.
De ahí que el nombre
“inteligencia artificial” envuelva en sí mismo un relato algo ñoño y
desvencijado ya por la historia. Responde al primitivismo kantiano de excluir
de la ciencia, todo aquello que excede a la experiencia.
En efecto, la inteligencia
creativa, supone la imaginación. La inteligencia creativa está en general fuera
de la experiencia. Tampoco es necesariamente fruto de inferencias. Es fruto de
la pura actividad teorética y aquello, al contrario de lo que nos ordena Kant
autoritariamente, es parte fundamental de la inteligencia.
A mi juicio resulta urgente, para
no profundizar las confusiones de la modernidad, rebautizar la llamada
“inteligencia artificial” a “procesamiento acelerado y creativo de datos a
través de inferencias algorítmicas”. Porque eso y solo eso lo que las
máquinas efectúan. No existe posibilidad alguna que las máquinas imaginen desde
la nada. Todo su producto es fruto de inferencias.
Y a los agoreros del “gran
reemplazo” del hombre por las máquinas, les sugeriría la lectura de libros
sobre introducción a la filosofía y a la epistemología. Ello permitirá matar
fantasmas y sus escatologías distópicas.
noviembre de 2024
[1] La profesión de fe que significa decir “soy ateo” es
una manifestación de ello. La palabra “ateo” quiere decir etimológicamente “no
me ocupo de Dios”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario