sábado, 16 de noviembre de 2024

INTELIGENCIA CREATIVA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 


Inteligencia es la capacidad de entender o comprender. La etimología de la palabra nos lleva a la capacidad para leer – metafóricamente - dentro de los fenómenos con que nos enfrentamos y obtener una conclusión de dicha lectura. Algoritmo, es un conjunto ordenado y finito de operaciones lógicas que nos permiten inferir una solución o conclusión.

La llamada inteligencia artificial, es para muchos un fenómeno novísimo y del todo inédito en la historia de la humanidad. Discutible. En lo que sí, pareciera haber absoluto consenso, es que lo genuinamente inédito, es la capacidad de la tecnología electrónica para procesar a una velocidad vertiginosa, muchísima información. En los últimos años, en virtud de la sofisticación de los hardware, mientras un computador de hace diez años, infería conclusiones por datos que se le aportaban, las super computadoras contemporáneas de la llamada inteligencia artificial, hacen lo mismo, pero adicionando los datos que le proveen las inferencias que ellas mismas producen, con lo cual adicionan sin cesar, nuevos y nuevos datos. Por consecuencia esa mayor capacidad de inferencias, podría superar los límites que la inteligencia humana tiene o podría llegar a tener, para inferir algoritmos. Literariamente, el relato optimista o progresista señala que las computadoras razonan. Más preciso sería decir que se auto proveen de datos nuevos, fruto de sus propias inferencias algorítmicas. Como fuere, el fenómeno es azorante porque en términos teóricos y con una mirada superficial, podríamos concluir que las máquinas podrían llegar a dominar el mundo.

Soy un incondicional fans del Chavo del Ocho. Tengo cientos de discos compactos -tecnológicamente pasados de moda- con decenas de capítulos que periódicamente me repito y me vuelvo a reír una y mil veces de las peripecias de aquel tierno infante que representaba Gómez Bolaños. Los libretistas de esa serie cómica demostraban conocer profundamente la sicología infantil. Todos se recordarán cuando eran niños la pasión que abrumaba la imaginación infantil cuando planificábamos como sería el juego que efectuaríamos. El Chavo del Ocho salta entusiasmado moviendo pies y brazos, diciendo saz que íbamos y saz que veníamos entonces tu eras estos yo era esto otro. Me recuerdo de verdaderas epifanías infantiles con un primo, cuando planificábamos las características de los caballos que cada estaca de palo representaba y que montábamos a horcajas de esos maderos. Unos caballos serían overos, otros negros, unos yeguas, otros potros, etc.

Al analizar el fenómeno de la inteligencia artificial, algunos han caído en cierto entusiasmo fantasioso como el del Chavo del Ocho cuando imagina juegos futuros con sus camaradas. Coopera a aquellas visiones utópicas o distópicas que se proyectan por entusiastas analistas -algunas descabelladas-, cierta falta de formación filosófica y epistemológica básica, y siendo más crudos para enjuiciarlos, alguna estupidez deliberada pour epate le bourgueois.

No obstante, los chorros de tinta que han motivado el tema, y las horas de videos que circulan por la web para su exégesis, no hay consenso unívoco en la definición del concepto inteligencia artificial. La Real Academia de nuestra lengua la ha definido de una manera conservadora: Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico. Wikipedia reúne un conjunto de síntesis escritas al respecto, y ofrece una definición algo más amplia: Disciplina y un conjunto de capacidades cognoscitivas e intelectuales, expresadas por sistemas informáticos o combinaciones de algoritmos, cuyo propósito es la creación de máquinas que imiten la inteligencia humana para realizar tareas, y que pueden mejorar conforme recopilen información. Es decir, para algunos es el proceso, y para otros el proceso y el resultado del proceso en conjunto.

Con seguridad, algunos pacientes lectores de estas letras dirán a estas alturas que éste no conoce los avances de la computación y habla de ignorante. Y ello porque el tema ha despertado un apasionamiento, creo yo, como consecuencia de verse la humanidad caminando sobre un vidrio transparente que cruza un abismo. Así, muchos radicalizan sus visiones en función del terror vacui que el tema produce al aceptar como necesarias (ni siquiera como posibles), las hipótesis de las consecuencias de este fenómeno, que desplazaría a los seres humanos de su hogar, que es el mundo.

Kant metió dentro de un saco negro para arrojar a la basura de lo que él llamó la ciencia, el conocimiento excluido de toda experiencia. Así lo hace saber al lector en la introducción de su Crítica a la Razón Pura. Quizá sin proponérselo, con esa premisa, sometió a un capitis diminucio a una principalísima facultad de la inteligencia que es la imaginación. Y es principalísima, porque la cantidad y cualidad de las variables con que la realidad nos enfrenta, son inabarcables a través de la experiencia. Es preciso pues, imaginar una porción de la realidad sin capacidad para experimentarla, a fin de poder representarnos explicaciones completas de esa realidad. Los textos religiosos por ejemplo y la metafísica nos hablan de ello. Aquello, para Kant no es ciencia. Y al decir el pequeño prusiano “no es ciencia” nos está diciendo, “no es conocimiento de verdad”.

De aquella poda arbitraria y por consecuencia deformación con que Kant refiérese a la ciencia y al conocimiento, surgen los fantasmas de la llamada inteligencia artificial. Y son estos mismos fantasmas las condiciones de posibilidad de las confusiones a que nos ha sometido la modernidad. Me explico:

Cuando Kant cerró el paso con una barrera, a la metafísica e incluso a la religión, reduciendo a esta última a un conjunto de prescripciones de conducta moral, la humanidad en el occidente cristiano, comenzó paulatinamente a quedar vacía de una creencia y explicación global del mundo.  El vértigo azorante a que nos somete no saber bien de donde venimos ni hacia donde vamos, dio pábulo para la formulación de principios explicativos de la realidad, que fueron mutando en estructuras de ideas totalizadoras, que encerraban el mundo en lo inmanente y conocido, dejando fuera lo demás[1]. Mucho más que explicaciones racionales coherentes y empíricas. Se infería de algunas experiencias, explicaciones totalizadoras de la realidad. Esos cuerpos de ideas son las ideologías que dieron lugar a la mística revolucionaria que animó al mundo desde fines del siglo XVII: el mundo es susceptible de ser transformado por el hombre en base a principios coherentes y utopías futuras entendidas como consecuencias necesarias. El liberalismo con su mitología del progreso, el marxismo con su mitología del comunismo, la emancipación del individuo, la liberación de la mujer; han dado pie a la existencia de sustantivos fuertes llamados a converger en la historia humana, hacia un futuro esplendor utópico. La religión, la metafísica, la poesía, la tragedia; conforme a estos relatos, pasaron a ser atavismos primitivos.

Pero la pesada carga de la realidad ha generado un actual estado de letargia intelectual que sucede a la euforia y optimismo inicial. Aquellos relatos ideológicos, al someterse a la realidad han probado empíricamente sus falsías y errores. Sin embargo, la estructura mental que les dio vida, aun sobrevive entre nosotros. Aún, el mito del progreso, el mito comunista y el mito progresista, apolillados y algo desencajados de modo manifiesto con la realidad, sobreviven y tienen sus adeptos.

¿Pero que tiene que ver esta genealogía del devenir del pensamiento humano, con la llamada inteligencia artificial? Pues todo. Desde el nombre hacia adelante.

Porque, ¿a qué queda reducida la inteligencia humana cuando se le excluye o desvaloriza la imaginación? A datos. A inferencias. A inteligencia algorítmica. Qué aquella porción de la inteligencia humana es importante, sin duda; pero no es “la inteligencia” íntegramente comprendida.

De ahí que el nombre “inteligencia artificial” envuelva en sí mismo un relato algo ñoño y desvencijado ya por la historia. Responde al primitivismo kantiano de excluir de la ciencia, todo aquello que excede a la experiencia.

En efecto, la inteligencia creativa, supone la imaginación. La inteligencia creativa está en general fuera de la experiencia. Tampoco es necesariamente fruto de inferencias. Es fruto de la pura actividad teorética y aquello, al contrario de lo que nos ordena Kant autoritariamente, es parte fundamental de la inteligencia.

A mi juicio resulta urgente, para no profundizar las confusiones de la modernidad, rebautizar la llamada “inteligencia artificial” a “procesamiento acelerado y creativo de datos a través de inferencias algorítmicas”. Porque eso y solo eso lo que las máquinas efectúan. No existe posibilidad alguna que las máquinas imaginen desde la nada. Todo su producto es fruto de inferencias.

Y a los agoreros del “gran reemplazo” del hombre por las máquinas, les sugeriría la lectura de libros sobre introducción a la filosofía y a la epistemología. Ello permitirá matar fantasmas y sus escatologías distópicas.

noviembre de 2024



[1] La profesión de fe que significa decir “soy ateo” es una manifestación de ello. La palabra “ateo” quiere decir etimológicamente “no me ocupo de Dios”.

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