La política es un arte de conducir voluntades de los gobernados hacia un objetivo que el político o líder proyecta. El recto político es el que trasparenta permanentemente y sin simulaciones, los objetivos a los que desea conducir a los gobernados, y sostiene esos objetivos a través del tiempo.
La vida individual es un complejo de dificultades y
facilidades. La vida colectiva del mismo modo. La comunidad política siempre, enfrenta
dificultades que hacen difícil la vida de los gobernados y posee fortalezas, hábitos
y destrezas para hacer posible a vida en común. Muchas veces la solución de las
dificultades comportan disyuntivas, es decir, solucionar una dificultad supone
la no solución de otras. La más característica de estas disyuntivas las ofrece la
seguridad plena para todos, versus la libertad plena para todos.
Todos quisiéramos tener el futuro asegurado en términos
materiales, conforme a las expectativas de bienestar material de cada uno. Y
todos quisiéramos disponer de el mayor margen posible de libertad sin que el
poder público, la polis, la comunidad, nos restringiese o perturbase nuestras expectativas
y por consecuencia, de nuestros objetivos individuales.
El político honesto es aquel capaz de comunicar con claridad
este dilema y ofrecer una ecuación que suponga, un determinado margen de
seguridad y un determinado margen de libertad, compatibles entre sí. Pero como
la gente quiere escuchar soluciones y no dificultades, cuando de democracia
representativa se trata, los políticos se mueven en un viscoso margen en que exageran
las soluciones y minimizan las dificultades.
Y es cuestión de observar, el amplio énfasis, que esos
políticos necesitados de la voluntad popular, confieren a los derechos, y el
pequeño énfasis, cuando no, el más estricto silencio, a los deberes de los
ciudadanos.
La conexión lógica entre un objetivo, con la fuerza de voluntad
y el ejercicio de los talentos y recursos para obtenerlo, es la mayor conquista
de la inteligencia humana. Prever el futuro con sus costos y consecuencias. La desconexión
entre una expectativa y el costo para hacerla realidad, conlleva el combustible
del conflicto social.
En la última década, en Chile se produjo una expansión descontrolada
de las expectativas de logros individuales, sin una expansión correlativa de
las capacidades y talentos para conseguirlas. El fenómeno entró en colapso en
2019: se acumularon expectativas por amplios sectores de la población que se percibieron
impotentes, para satisfacerlas por sí. Entonces, acicateados por demagogos, creyeron
encontrar culpables de esas frustraciones en la comunidad política. Alguien
es culpable de la insatisfacción de mis expectativas, clamaban. El
neoliberalismo, los privilegiados de siempre, los adultos, los policías, las
normas, las restricciones sociales etc. A pesar del festival de imputaciones
equívocas, a muy pocos se les ocurrió culpar a la constitución (según
encuestas, a menos del 3%).
La grotesca comedia que ofrecieron, políticos, periodistas,
opinólogos de alta y baja ralea aquellos meses de fines de 2019, quedará para
la historia, como una conducta vergonzosa, donde una masa emocionada por la
fuerza que da la muchedumbre, era dignificada como si se tratase de héroes de
la libertad humana, y, a todos quienes diesen una opinión de cordura y sentido
común, se les criticaba ferozmente y eran cancelados y denostados.
Las fuerzas revolucionarias disolventes, siempre preparadas y
atentas para desencadenar la destrucción, se desplegaron coordinadamente para
hacer colapsar la sociedad. Devastación urbana, incendios de bosques en el sur,
violencia coordinada, tuvieron la virtud de sembrar el miedo en los espíritus debilitados
por la abundancia económica y por años de paz aparente.
Y fue aquí donde la subcultura de los políticos que ocupan
cargos de representación popular y privilegios descomedidos a su aporte a la
sociedad, se transmutaron en una dañina casta y echaron mano a un chivo
expiatorio para calmar a la chusma: la constitución. La constitución era la
culpable de la cólera popular. Manejar ese descontento bajo esa falsa causa,
les permitía, estimaron, controlar el fenómeno.
Con poco talento e improvisación diseñaron un desastroso
proceso para que hubiese calma en las multitudes. Un circo pobre que terminó
alineando al electorado en el sentido común, y rechazando la payasada que les
ofrecían como constitución.
Pero ya los revolucionarios y utopistas le habían tomado el
sabor a la sangre y se autosugestionaron que, a través de una nueva
constitución, podían cambiar esta sociedad tan llena de egoísmos por una
sociedad de derechos para todos, que, de paso, les permitiría tener cautivo al
electorado en clientelismo electoral puro y duro.
Entonces, a lo bestia no más, diseñaron un segundo proceso
que pisoteó las mismas normas que se habían dado para el primer proceso. Estimaron,
como decía Nicanor Parra, que la derecha e izquierda unidas, jamás serán
vencidas. Para su desazón, en la única manifestación de la voluntad popular
que permitieron -la elección de los consejeros que debían poner el pulgar hacia
arriba o hacia abajo del proyecto utopista-, sufrieron una nueva flagrante
derrota: los nulos y blancos, más el único partido, el republicano, que se
manifestaba en contra del proceso, obtuvieron la mayoría.
Pero como el líder de ese partido José Antonio Kast,
pertenece a la subcultura de los políticos, decidió darle la espalda a su
electorado e incorporarse a la casta. El proyecto era sueño dorado para los políticos: potenciaba el poder de los partidos políticos, y a las
cúpulas clientelistas de cada partido les aseguraba una cuota de poder mayor
que la que tendría incluso el Jefe de Estado. Todos los principios contra los que el partido
republicano se fundó para combatirlos y que hace suyo el proyecto (derechos
sociales, hegemonía de los organismos internacionales, agendas climáticas absurdas,
imposición de las teorías de género) se solucionará según Kast y su peón en el
Consejo, Luis Silva, como dicen en Brasil: falando, falando.
¿Será posible que tamaña impostura, falsedad, falta de
sentido patriótico pueda ser vendido a un electorado harto de este ejercicio
inútil para el país? Kast, refiriéndose a las encuestas adversas, eufórico pronosticó: "daremos vuelta las encuestas". ¿Cómo? A través de una nueva impostura que Kast,
como zorro correteado en estas lides, sabe que es una flagrante mentira: La
seguridad que este es el fin del proceso y el miedo a la opción contraria.
Es verdad que las elecciones se ganan casi siempre con
mentiras e imposturas. La pregunta es ¿con tamañas mentiras e imposturas? Mi
impresión es que el nivel de mala fe de la casta política, ha rebalsado los
límites de la tolerancia, y por frágil que sea el juicio del electorado, el
próximo 17 de diciembre la casta sufrirá una nueva derrota.
noviembre de 2023
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