Uno de los más brillantes filósofos
contemporáneos, recientemente fallecido, es el británico Sir Roger Scruton. Con
fina pluma y usando aquel refinado sarcasmo de los británicos elegantes, que no
trasgrede los límites del respeto al prójimo, escribió un breve opúsculo
denominado, Las Bondades del Pesimismo o los Peligros de la Falsa Esperanza.
Desarrolla en esa amena obra, siete falacias y cuatro tesis.
Es tal el nivel de nuestras élites, que el debate sobre la fisonomía que debería ordenar nuestra nacionalidad futura y la vida de nuestros hijos y nietos, mayormente se ha centrado en, si se puede votar la misma opción de los comunistas, o quien es verdaderamente derechista, o quien es traidor de quien. Por allá anda el texto de la propuesta, al cual pocos se refieren y menos leen, por ilustrados que pretendan ser. En estos brillantes análisis de coyuntura, un ex “catedrático” tilda de sonsos a sus detractores que no se pliegan a sus opciones “tácticas”, y, cual si fuese un excelso Erwin Rommel, se vanagloria en negarse a debatir, porque su luminosa inteligencia no está para ser derrochada en nimiedades, tales como el contenido de la propuesta constitucional. Como no tengo los talentos tácticos de aquel excelso catedrático, me referiré al contenido de la propuesta al amparo de mis apuntes sobre la referida obra de Scruton.
La palabra escrúpulo,
según el diccionario de la Real Academia, es la duda o recelo inquietantes
para la conciencia, sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de
vista moral; o bien, exactitud o rigor en el cumplimiento del deber o en
la realización de algo. Al respecto transcribo literalmente fragmentos de la obra mencionada, porque el razonamiento de autor no demanda comentarios: “Ser de derecha se refería antaño,
a mirar con recelo toda novedad y muestra de entusiasmo, y a ser respetuoso con
la jerarquía, la tradición y las leyes establecidas. Cuando atañe a nuestras
propias vidas, a las cosas que conocemos y que hemos conseguido gracias a
nuestra capacidad y comprensión, adoptamos un punto de vista mesurado”. Continúa
Scruton desarrollando sus ideas, a través de la descripción de falacias que
confunden al hombre contemporáneo. La “falacia del mejor caso posible (que
mejor traducida sería la falacia del mejor escenario posible), ha incitado a
elegir bajo condiciones inciertas, se imagina el mejor resultado y asume que
no necesita considerar otros. Hay un tipo de adicción a lo irreal que
alimenta a las formas más destructivas del optimismo: un deseo de suprimir la
realidad como premisa desde la cual debe partir la racionalidad práctica, para
ser reemplazarla por un sistema de ilusiones serviciales. Es una especie de adicción
a la irrealidad”[1].
Cuando escucho a gente que reunía las
cualidades descritas por Roger Scruton como, de “derecha”, argumentar a favor de
una propuesta constitucional que consagra un régimen socialista de
asistencialismo estatal, y propone la sumisión de la soberanía nacional a núcleos
de poder hostiles, a toda visión de “derechas”, cuando los escucho esgrimiendo
todo género de razones tácticas, para aprobarla; me resisto a estimar que es
puramente falta de juicio crítico. Es una razón más compleja y opaca. No los
tildo de sonsos, como aquel luminoso catedrático. Me pregunto ¿por qué toleran
lo que será, sin duda razonable, un peor país para sus hijos?. Cuando escucho a exmilitares
que han sufrido en carne propia o en las de sus camaradas, las torcidas
interpretaciones jurisprudenciales, que hasta ahora están al borde del
prevaricato, y que conforme al texto constitucional se harán perfectamente
legítimas, me pregunto igualmente ¿cómo es posible aquello?
La respuesta nos la ofrece Scruton: hay
un optimismo inescrupuloso. Optimismo que nada tiene de positivo ni nada que
ver con la virtud teologal de la esperanza. Optimismo que nace de un vicio:
Eludir la realidad. ¿Por pereza? ¿por falta de entereza moral? ¿por
desinterés hacia lo público, es decir, por egoísmo individualista?
Es verdad que en política hay razones
tácticas. Pero cuando se trata de diseñar el futuro del país, ¿no será demasiado?
Mucha gente de derecha votó dos veces (yo no) por Sebastián Piñera, sabiendo
que era un agiotista con un currículo de latrocinios por todos conocidos.
Entonces la "razón táctica" la comprendí e incluso me consideré casi en falta cuando en la urna
voté en blanco. Lo confesé solo a mis cercanos, la mayoría de los cuales me
vapulearon por tal conducta. Pero votar en favor de la instalación de un
régimen que nos condenará a la mediocridad y decadencia como nación, es muy
distinto, y por eso, voceo a los cuatro vientos que la opción de votar apruebo patrocinada por esta
llamada “derecha”, es un gigantesco error de la élite.
El clasismo tradicional de las
opciones políticas (los ricos por la derecha, la clase media por el centro y
los pobres por la izquierda) se ha disuelto. El pueblo llano es ahora el
portaestandarte del sentido común. Y es razonable: sufren en carne propia las políticas socialistas. Los ricos viven en un fanal que confiere el dinero. De nada les servirá a la izquierda (esa si
que sabe de táctica, no como el catedrático devenido en general de división) apropiarse de la voluntad de la clase más pobre. Ese pueblo llano, del que la izquierda quiere colgarse, votará en contra de la
opción socialista, y según las encuestas será difícil doblegarlo.
La opción socialista y globalista
seguramente vencerá en La Dehesa, Vitacura y Las Condes, pero Dios mediante no
se impondrá, gracias a los fachos pobres. ¿Raro, no…?
noviembre de 2023
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