sábado, 7 de noviembre de 2020

EL DESPRESTIGIO DE LA POLITICA. POLITICA TEORICA Y POLITICA REAL

 

En la arena de la política se enfrentan posiciones diversas, sobre el que hacer con la colectividad que se pretende gobernar. El pólemos o enfrentamiento se da entre visiones del mundo aparentemente diversas y enemigas[1]. Pero esas polémicas muchas veces son asimétricas. Se enfrentan descripciones ontológicas de la realidad con descripciones éticas de la misma. Se enfrentan posiciones que polemizan entre el ser del mundo que nos rodea con el deber ser del mismo. Puede ser incluso que en esta polémica exista buena fe, es decir los polemistas no adviertan esa diferencia y se consideran enfrentándose lícitamente en una batalla simétrica. Desafortunadamente la energía que se consume y disipa en este quehacer, resulta completamente inútil. No hay conclusiones ni triunfos que sean capaces de alterar la realidad en lo más mínimo. Los individuos legos, esto es, las personas que buscan gobernar sus vidas pero que no están adiestradas en el ejercicio discursivo o reflexivo perciben que estos enfrentamientos no le empecen porque no dice relación con las disyuntivas reales de su caminar por la vida. Entonces nace una aversión hacia la polémica política.

No estoy diciendo que el plano descriptivo (ontológico) sea el correcto y el plano prescriptivo (ético o axiológico) no lo sea. Mi observación apunta a que, la asimetría de planos del discurso, conduce a la maximización de la polémica sin posibilidad alguna de confrontar perspectivas sobre una misma cosa. Esto tiene una gravedad que muchas veces no se pondera por cuanto, al ser imposible la conciliación, la política deviene en guerra donde lo que se busca es la supresión de la voluntad del contendor o incluso su eliminación física. All for nothing.

La vida se desarrolla en un devenir. La vida propiamente humana consiste en reflexionar sobre el mundo que nos rodea en el medio de un caminar por la vida a fin de decidir hacia donde dirigir el gobernalle. Ese reflexionar es útil y conducente, cuando identificamos claramente las disyuntivas que tenemos. Si abandonando la reflexión racional caemos en la ficción. En el plano de la poesía aquello es lícito. El poeta puede decir; Quisiera tener alas para volar/ cruzar por el espacio en libertad/ en libertad como los pajarillos en libertad[2]. Pero la reflexión filosófica no es poesía ni novela que nos permite salirnos de la realidad como lo hacía el caballero de la triste figura y cabalgar por los caminos desfaciendo entuertos. Las disyuntivas del mundo real son aquellas que facticamente están a nuestra disposición. Lo que Kant bautizó como las condiciones de posibilidad y Ortega como nuestras circunstancias. La vida humana es limitada. En términos de la realidad solo podemos desear, lo que está a nuestra disposición desear. Identificar nuestras reales circunstancias es vivir de verdad. Si no lo hacemos estaremos dentro de la caverna de Platón viendo sombras. La liberación de la caverna es la vita activa que nos recomienda la Arend y San Agustín.

La política (y la vida humana en general) tiene límites que solo son superables a través de la fantasía. La poesía y la novela son vehículos de esa fantasía. Pero la política debe fundarse en una realidad que respete esos límites. No da para más. No podemos tener alas para volar, ni cruzar los espacios como los pajarillos.

El discurso político contemporáneo transgrede estos límites. Para disfrazar que las propuestas son pura fantasía, se habla en un plano prescriptivo como si fuese del plano descriptivo. Tal como si lo deseable fuere por ese solo hecho, posible. Lo explico a través de metáforas; la primera de mala fe o demagógica: Si yo digo tenemos alas para volar, todo el mundo percibe que soy un imbécil; pero si digo deberíamos tener alas para volar porque volar es un derecho; me auto asigno un espíritu  generoso, soñador, ambicioso que desea el bien de la colectividad. Es este un grosero desapego de la realidad. Pero hay formas más sutiles de desapegarse del mundo. Un desapego que pudiera calificar de buena fe se podría ejemplificar con lo siguiente: Si yo digo los hombres son iguales; digo algo que cualquiera puede percibir que no es verdad. Pero si digo, el capitalismo es la causa de las profundas desigualdades que existen en la sociedad y debemos superar el “sistema” capitalista por uno que eliminará esas desigualdades porque la igualdad es un derecho; me auto asigno una sagacidad, capacidad de análisis, bondad moral y promesa cierta de un mundo mejor que confunde mi afirmación implícita – la igualdad de los hombres es algo posible-. Prescribo en ambos casos una realidad futura imposible. Ni podemos volar, ni habrá nunca igualdad entre los hombres

Cuando se ejercen estos malos hábitos de los políticos sobre la estulticia de las masas, tenemos un resultado explosivo: la política se transforma en una disputa de propuestas fantásticas y falsas que estimulan y perpetúan un permanente estado de ansiedad en los hombres masa. ¿Quiénes son los hombres masa? Quienes no desean recorrer el camino de la vida por un carril definido por ellos, sino por el que alguien les diga que deben recorrer. Desafortunadamente la gran mayoría de los hombres y mujeres de nuestro mundo contemporáneo.

Propongo entonces un ejercicio para resucitar el alicaído prestigio de la política, que se materializa en dos acciones:

·        Identificar nuestras disyuntivas reales como colectividad; esto es, nuestro presente.

·        Y proponer opciones a esas disyuntivas que sean posibles, es decir reales; esto es, nuestro futuro.

 

Noviembre 2020



[1] Hablan los hombres hoy, a toda hora, de la ley y del derecho, del Estado, de la nación y de lo internacional, de la opinión pública y del Poder público, de la política buena y de la mala, de pacifismo y belicismo, de la patria y de la humanidad, de justicia e injusticia social, de colectivismo y capitalismo, de socialización y de liberalismo, de autoritarismo, de individuo y colectividad, etc., etc. Y no solamente hablan en el periódico, en la tertulia, en el café, en la taberna, sino que, además de hablar, discuten. Y no sólo discuten, sino que combaten por las cosas que esos vocablos designan. Y en el combate acontece que los hombres llegan a matarse, los unos a los otros, a centenares, a miles, a millones. Se habla, se habla de todas esas cuestiones, pero lo que sobre ellas se dice carece de la claridad mínima, sin la cual la operación de hablar resulta nociva. José Ortega y Gasset; El Hombre y La Gente.

[2] Parte de la letra de una canción de Inti Illimani

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