En su columna publicada en El
Mercurio el 3-9-20 el profesor Carlos Peña desarrolla los argumentos en favor
de los llamados Derechos Sociales. Este concepto deriva del pensador T.H. Marshall La calidad sintética y orden de la argumentación me ha permitido también
ordenar el contrapunto a esa reflexión y explicar porque estoy en contra de la
entronización de los llamados derechos sociales en la constitución que
eventualmente se discutirá próximamente en nuestro Chile.
La filosofía es la disciplina que
abarca el conocimiento universal. Para promover el orden argumentativo se ha
dividido en sub disciplinas, cuya frontera resulta útil a la hora de dilucidar
ciertas confusiones de perspectiva. Menciono para efectos de este análisis, dos
de ellas: Existe la ontología que se ocupa de develar el ser de las cosas.
Existe la ética que se ocupa de develar el deber ser de las cosas,
especialmente de las conductas humanas.
El racionalismo en general y el positivismo
fundado por Augusto Comte en particular, hizo aportes al pensamiento, pero generó
a partir de sus ideas cierta tendencia a confundir estos dos planos del
pensamiento: La ontología y la ética. El racionalismo positivista busca
proyectar su omnipresente fe en el progreso, con sistemas de pensamiento que
ordenen conceptos, de manera que exista entre esos conceptos correspondencia y
armonía. Sistemas que le permiten fundar su creencia. ¿Cuál es esa
creencia? El progreso. El progresismo es el sistema de pensamiento para
sostener esta fe. Fe inmanente, sustituta de las teológicas, que según Comte
habría quedado superada por su descubrimiento.
Al poco andar este apego a la
razón inmanente, muestra la hilacha de una manera bastante trivial. Para
que todas las partes del sistema cuadren, se torna ucrónico y utópico. Me
explico; se crea una visión del pasado que no coincide exactamente con la realidad
(ucronía), y proyecta un futuro que sabidamente no ha coincidido con sus
pronósticos (utopía). Todo ello en el afán de que el sistema de pensamiento y
sus piezas (los conceptos), cuadren armónicamente.
El pensamiento de T.H. Marshall padece de esta enfermedad crónica del racionalismo positivista: confunde el ser
de las cosas, con el deber ser de las cosas y en base a dicha confusión
se funda en un pasado ucrónico, y proyecta un futuro utópico.
Marshall nos enseña el profesor Peña,
distingue una evolución en el desarrollo de los derechos, que serían políticos
primariamente, civiles (supuesto estadio actual de la evolución de las
sociedades) y un progreso hacia los llamados derechos sociales; desiderátum
hacia el que debiésemos aspirar para hacer progresar la sociedad.
Los abogados repetimos un mantra
forense para fundar nuestras argumentaciones jurídicas: Las cosas son lo que
son, y no lo que se dice de ellas. Para hablar de derechos constatando que
ellos se reproducen en las interrelaciones humanas, debemos dilucidar que es
una colectividad humana. Y digo colectividad y no sociedad, porque esta
denominación es radicalmente equivoca al reproducir un concepto jurídico que no
coincide con la causa de la colectividad humana.
Como la filosofía contemporánea
nos ha develado, somos lanzados a la existencia. Nadie dio su consentimiento
para nacer. La poetisa Fernán Caballero nos recuerda; Nacer sin querer nacer/ Sin quererlo, padecer / Vivir sin
querer vivir/ Morir sin querer morir. Y tampoco
dimos nuestro consentimiento para vivir en una colectividad humana. No existe
la tal sociedad. Nadie, ni hoy ni nunca escogió pactar un acuerdo de vida
colectiva (lo que jurídicamente es una sociedad). Estos datos duros y triviales
son muy importantes para desnudar ciertas falacias fundantes del progresismo.
En este contexto
de imposición más que de consenso, el error al hablar de derechos, es olvidar lo
más simple: Los deberes. La llamada sociedad, antes que un complejo de derechos,
es un complejo de deberes. Yo debo refrenar mis apetitos, deseos, pulsiones; en
razón de impedimentos para que la vida social sea posible. Aquello es la base
de la convivencia. La simplificación progresista de Marshall de los derechos
civiles y políticos, como emanaciones del progreso, es una pura ucronía. No
surgió en una etapa evolucionada de la historia. Ha existido siempre que el
hombre ha vivido colectivamente; es decir, desde que el hombre existe.
La pregunta
pues, debe ir por el sujeto pasivo de los derechos civiles y políticos, antes
de preguntarse por el órgano que los garantiza. El Estado no es el dador de derechos
y el soporte de los deberes que de esos derechos emanan. El Estado es
simplemente un instrumento repartidor. En este último plano si ha existido una
evolución. Y justamente como el Estado progresivamente se ha sofisticado y
convertido en esa jaula de acero que nos habla Max Weber, el liberalismo se
afana por limitar a esta enorme y sofisticada máquina en que se ha transformado
el Estado contemporáneo para garantizar lo único que nos diferencia de los
animales: la libertad.
La perspectiva
de don Carlos Peña para validar la pretensión de crear los llamados derechos
sociales, es en realidad la argumentación para incrementar los deberes
sociales. Porque el sujeto pasivo de los derechos sociales no es el Estado;
mero intermediario impersonal y represor de los individuos. La cuestión desnuda
de todo pronóstico progresista-utópico, es aceptar que el cepo de los deberes se
incremente más aun con otro fardo. Y la condición necesaria de este incremento
de los deberes que recargan la espalda de los hombres libres, es el incremento del
tamaño y sofisticación, mayor aun, de este monstruo que ya es el Estado
moderno. Y digámoslo crudamente, que las cigarras aprovechen el trabajo de las
hormigas en desmedro de estas.
Todo el romanticismo
insustancial de esta doctrina lo encontré en uno de tantos garabateos murales
del mal llamado estallido social, que decía: Que los derechos sociales los
paguen los ricos. Gran error. Las prebendas socialistas, históricamente las
han pagado las clases menos afortunadas y los beneficiarios de ellas son los
mas ricos. Aquella es una constante histórica. Las cosas son lo que son.
Los deberes sociales los pagarán los trabajadores y los derechos los disfrutarán
los ricos y burócratas.
Toda la
argumentación de Marshall de que los meros derechos civiles incrementan las
desigualdades de clase, son también ucrónicas y utópicas. Lo que ha estado,
está y estará presente en las colectividades humanas es la justicia o la injusticia,
emanada de los individuos libres. La promoción de la ética personal, es la
única eficaz para promover la justicia, antes que todas las leyes coercitivas
que el socialismo pretende.
La libertad
humana es una realidad ontológica. No es una realidad ética. La libertad existe,
aunque el hombre sea sometido a las técnicas de dominación y sojuzgamiento mas
sofisticadas. Los lavados de cerebro son siempre nubes temporales. El espíritu
humano siempre se proyectará libre. Somos fatalmente libres.
Digo lo
anterior para fundar mi juicio sobre las posibilidades de éxito del
colectivismo socialista que pretenden los creadores y sostenedores de los
llamados derechos sociales. Como esta doctrina emana de un diagnóstico
radicalmente equivocado de lo que es el individuo humano, y la colectividad
humana, necesariamente fracasarán. El estatismo deviene en prebendas,
corrupción, abusos y tiranía. Es una historia conocida.
Agosto 4 de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario