VULNERABLES E INVULNERABLES
Mi plácido
fin de semana de invierno es interrumpido por un llamado por teléfono en que un
amigo me comunica la tragedia de una familia conocida de ambos, que han perdido
a una hija en un accidente del tránsito. Familia campesina ejemplar; hija
aprovechada en sus talentos. Recién egresada de la universidad. Tragedia que no
resiste consuelo alguno.
Mi
reflexión divaga entre la compasión con los afectados, y la angustia de no
encontrar palabras de consuelo a una desgracia semejante. El sinsentido del
evento nos impone un bloqueo emocional; pero fundamentalmente intelectual.
Sencillamente no entendemos el por qué y no sabemos que decir. El evento está
fuera de nuestro software mental.
Discurro
que, nosotros los hombres de la modernidad, no estamos familiarizados con la
palabra resignación, porque perdimos la noción de la precariedad de la
existencia humana. Vivimos en un mundo en que las noches las hacemos día; en
donde lo normal es la disponibilidad de cosas y voluntades. Lo normal es que
los deseos se hagan realidad y que la realidad se amolde a nuestros deseos. Subjetivamente
para nosotros quedaron atrás los tiempos de las tinieblas, en que desde un
púlpito, algún sacerdote nos recomendaba la resignación.
No estoy
haciendo un juicio de valor con aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Solo quiero recordar, que hasta la primera cuarta parte del siglo XX, la
existencia humana; al menos en todo occidente, era esclava de situaciones que
cotidianamente sometían a los seres humanos a cuestiones contrarias a sus
deseos; el hambre, las enfermedades, las carencias materiales ordinarias. Y
naturalmente esos hombres sometidos de manera habitual a condiciones adversas
que violentaban sus deseos, estaban familiarizados con la precariedad humana.
Eran resignados, en un grado que nosotros no lo somos. Y lo digo respecto de
todos los rangos sociales de la sociedad de entonces y la nuestra.
Aquello es
algo que está condicionando, tanto a la sociedad en que vivimos, como a las
familias que integramos y especialmente a los individuos personalmente; a una
suerte de neurosis colectiva en que nos creemos capacitados para todo. El
dinero y los bienes materiales a que ese dinero da acceso, nos hacen
conducirnos a nosotros mismos y como miembros de la sociedad, como si fuésemos
o tuviésemos la posibilidad de ser, invulnerables.
La
sociología moderna ha creado un concepto, recogido por los trabajadores y
organismos de asistencia social; las
personas vulnerables. Generalmente se refieren al grupo social que carece
de bienes para satisfacer sus necesidades básicas. Pero el solo llamar a ese
grupo social “vulnerables” da cuenta que estiman (haciéndose eco de la
cultura dominante) a todo el resto de la sociedad integrada por personas invulnerables. Y no es chiste. Es que
inconscientemente aspiramos e incluso creemos ser invulnerables.
El justo
medio, es el que el viejo Aristóteles recomendaba a sus alumnos. La sociedad
debe recuperar un equilibrio que nos lleve a ser eficientes pero no
inconscientes de nuestra vulnerabilidad humana; de la precariedad de la
existencia humana. Creo que este bloqueo mental a que nos somete un
materialismo medio obtuso que nos ilusiona con el poder del dinero, nos está
haciendo más neuróticos y menos sabios. Re-tomar consciencia de las
limitaciones humanas, creo que nos haría más solidarios y más empáticos.
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