domingo, 28 de junio de 2020

BUENISMO, TOLERANCIA Y PERSPECTIVA


El positivismo filosófico fundado por Augusto Comte, propuso que el hombre alcanzaría el progreso en base al orden racional; e hilvanando los fenómenos por sus causas alcanzaríamos finalmente un nirvana racional donde todo a nuestro alrededor sería conocido y explicado. Hoy aquello nos parece de una puerilidad casi infantil. La física cuántica nos enseña que la materia tiene una conducta caprichosa no causal; y la cosmología se da de cabezazos para entender fenómenos como la gravitación de las galaxias y ha inventado el concepto de materia oscura, para poder parchar la ley de gravitación universal y que esta nos siga proporcionando una explicación plausible, de cómo y por qué el cosmos funciona como lo hace.

Pero el positivismo, esta filosofía coja, es la que aun impera en el mundo y barremos sus errores y contradicciones bajo la alfombra. Lo que rodea nuestra vida cotidiana, la tecnología; condiciona nuestra perspectiva del mundo; porque la tecnología es el fruto del positivismo filosófico. Y de ahí nace a mi juicio, el fenómeno que relataré en base a un silogismo más o menos simple; si la técnica edificada en base al conocimiento racional funciona, ergo, en los fenómenos humanos para edificar las llamadas ciencias humanas, debe funcionar.

Para explicar, que es el individuo humano, que lo motiva, que es la colectividad humana, por qué existe como se ordena etc. Existen premisas racionales que a veces con intolerancia y negacionismo a las evidencias empíricas, pretenden gobernar el debate contemporáneo. Pero como la insumisa realidad anda suelta mostrándonos evidencias que hacen saltar en pedazos esas premisas, hay quienes se encierran en sistema ideológicos que los protegen de esa perplejidad.

 Hasta ahí todo bien: cada quien es libre de explicarse el mundo como quiera, de ser señor de sus aciertos y esclavo de sus errores. El problema surge cuando se quiere gobernar a las sociedades humanas en función de sus falacias. Desde las revoluciones burguesas de mediados del siglo XIX nos vienen “friendo los huevos” las ideologías con pretensiones de imperio en la realidad humana, habiendo cooperado en el siglo XX al desarrollo de los genocidios más espantosos de la historia humana.

Hoy, el positivismo adquiere una cara rosada pero no por eso menos violenta que sus parientes del siglo pasado. Es lo que describiré como el buenismo. Sus apóstoles, los buenistas, crean un mundo ideal donde toda interrelación humana debe estar, y en consecuencia está sin discusión posible, animada por las buenas intenciones y toneladas de derechos. “Lo quieres lo puedes” como decía una publicidad comercial. La academia universitaria incluso, está cooptada por este buenismo[1] y aquello es muy mal augurio para el futuro porque de la academia surgen los líderes y son estos los que dibujan la realidad próxima.

El que describe la realidad que nos rodea contradiciendo las premisas buenistas es a veces violentamente denostado aunque describa realidades evidentes. Solo cabe esta realidad ideal de ositos de peluche. Pero, si es tan buena la realidad deseada, ¿porque deriva en violencia? La violencia surge del miedo. Y el hombre por naturaleza tiene miedo a lo desconocido. Una explicación consistente de la realidad (donde sus partes cuadran entre sí) me hace descansar en seguridades hacia el futuro. Quien le saca un naipe de la base a mi castillo, derrumba mis explicaciones y por ende mis seguridades sobre el futuro. ¿Cómo reacciono? Pues con violencia. De ahí nace este género de intolerancia y violencia.

Por ejemplo; ¿Los homosexuales son un tercer sexo? Respuesta; absurdo, irreal, ficticio, falso, contradictorio con la realidad que nos rodea. Entonces, si a mí falacia respondes con la realidad, yo te condeno a la irrealidad también: Las categorías hombre y mujer son falsas; creaciones irreales. Todos somos iguales porque todos somos un constructo lingüístico. Respuesta; falso absurdo, irreal etc. etc. Entonces, por oponerte a mi buenismo, anatema est; eres autor de un pecado contra el espíritu: Eres intolerante.

La tolerancia es importante para edificar una sociedad democrática. Pero la tolerancia no es una aceptación del error ni del mal. La tolerancia es la aceptación de nuestra limitación epistemológica, que determina que siempre vemos los fenómenos desde una perspectiva, porque carecemos de lo que creemos es la visión de Dios, en trescientos sesenta grados y tridimensional. Los que viven junto a una catarata no perciben su estruendo: es necesario poner una distancia entre lo que nos rodea inmediatamente y nosotros, para que a nuestros ojos adquiera sentido. Dios es la perspectiva y la jerarquía: el pecado de Satán fue un error de perspectiva[2]. Pero aunque tomemos esa distancia seguimos viendo la realidad desde un punto de vista.

El buenismo radicalmente intolerante, dentro de otras confusiones epistemológicas, confunde el concepto de la tolerancia. Negar que dos más dos son cinco, no es intolerancia; es inteligencia. Intolerancia es otra cosa; es ser incapaces de ponernos en los zapatos del prójimo para saber cual es su perspectiva con la que ve y describe un fenómeno. Cuando a Jesús le presentan a la adultera, a los acusadores no les argumenta que la conducta de la pecadora es la correcta; les cambia la perspectiva del problema. El resultado es que los acusadores ven una realidad que en principio no estaban viendo y cambian de conducta en base al poder de la inteligencia.

Pero la tolerancia no es la única virtud para construir la convivencia democrática. Si no va acompañada de la voluntad de verdad, ella en vez de servir degenera en un artilugio de la mentira. Si la verdad duele porque abre fisuras en nuestro mundo de seguridades, debemos enfrentarla; no negarla.

Junio 2020



[1] Estos errores, desde la academia se traspasan a la sociedad. Por ejemplo, el año 1975 llegó desde Alemania (sociedad aun traumada por la guerra) a mi Facultad, la Escuela de derecho de la Universidad de Chile, don Enrique Cury, luego de hacer master y doctorados en “ciencias penales”. Sus ideas permearon la doctrina de derecho penal y han hecho posible el sistema penal garantista que hoy nos rige; y que la sociedad entera debe sufrir cotidianamente en base a sus premisas erróneas. It doesn´t work, pero va conforme a los “principios intangibles”. Porque siguiendo aquel lema de Lenin “si la realidad contradice a la revolución, pobre realidad” el buenismo es intransigente con los datos empíricos.

[2] De “Meditaciones del Quijote” José Ortega y Gasset.


miércoles, 17 de junio de 2020

CHINA VS. EEUU


Denuncia el presidente de los EEUU, que China es el enemigo de la libertad, el causante del coronavirus, culpable del deterioro del bienestar de los norteamericanos y del “mundo libre”. Sometidos a la crítica reflexiva estos juicios, no es difícil concluir, que como buen político, Trump más bien está intentando neutralizar el vertiginoso avance del gigante asiático en la carrera por el liderazgo mundial.

Los líderes chinos luego de su travesía por el desierto del comunismo ortodoxo, que les costara a su pueblo, sangre sudor y lágrimas; han organizado una sociedad especialmente compleja, de modo admirable, gracias al buen uso de la autoridad y de la tecnología. Al decir, “buen uso de la autoridad” quiero reflejar sintéticamente, que administran sin demasiada ortodoxia, la fuerza coercitiva con el mayor grado de legitimidad y de bienestar posible, y obtienen una aceptación satisfactoria del poder por parte de los que se someten a él. Nada nuevo; el varias veces milenario arte de gobernar.

EEUU lideró en la post guerra el mundo occidental y ganó por nock out la guerra fría. Los dos pilares en los que se sustentó ese éxito fueron precisamente la tecnología y el uso de la autoridad política. La tecnología occidental arrasó con el mundo socialista. Me refiero con tecnología, no solo de artefactos; también las instituciones y mecanismos financieros que permitieron, en mejor forma que su competidor, el flujo equitativo de la riqueza y el bienestar. No fue el paraíso en la tierra como tampoco lo es China hoy; pero en ambos aspectos se impuso al mundo socialista. La autoridad socialista devino en despótica y la tecnología se desarrolló menos que la occidental, por no reconocer la importancia de los incentivos personales, dogmáticamente declarados blasfemos por el socialismo real.

En la excelente película de John Borman sobre la leyenda de Excalibur, hay una escena de la noche del triunfo definitivo, donde los caballeros del rey Arturo celebran el cénit de su gloria con antorchas en la mano y Arturo dice “¡hemos pacificado y reunido todos los reinos!”. Así fue para EEUU la noche del 9 de noviembre de 1989 en que jóvenes alemanes tumbaron el muro de Berlín. Pero como le sucedió al rey Arturo, EEUU ha comprobado que la rueda de la fortuna no se detiene jamás.

En la primera década del siglo, así como avanzaba China con crecimientos económicos anuales del producto, de dos dígitos; EEUU mostraba falencias económicas y morales que tuvieron su cúspide en la crisis sub prime de 2007, cuando la “honesty” Linconiana, base de la prosperidad y legitimidad de los liderazgos, se fue al traste. Desde esa crisis económica -que fue también moral-, pareciera que ha reflotado ese sentimiento de “malestar del progreso” especialmente en las élites blancas; relato que ya había existido en los años 60 interpretado por Herbert Marcuse, cuando parecía que sería el socialismo el que ganaría la guerra fría.

Mi padre me contaba su experiencia profesional en un intercambio a Estados Unidos el año 1952 de la compañía en que trabajaba en Chile, filial de la America Foreing Power. Se imaginaba que sus colegas norteamericanos serían tipos arrogantes y ganadores (la mayoría veteranos de la guerra). Le impresionó lo diciplinados que eran a la jerarquía; lo fácil que era mandar y lo importante que era obedecer. Las unidades de esfuerzo aplicadas para sacar adelante una iniciativa eran mucho menores que en Chile, donde debía convencer o amenazar para imponer un criterio. ¿Existirá ese mismo espíritu de cuerpo en la Norteamérica de hoy?

 Los relatos intelectuales edifican posturas políticas. Esos relatos nacen de percepciones del mundo que nos rodea, y esa percepción es de carácter emocional; ordenada racionalmente, pero inspirada por la emoción. Un mismo estímulo emocional tendrá diverso impacto según la condición del receptor. Hay receptores emocionalmente recios y otros más frágiles.

En general y en promedio, pareciera que las sociedades orientales: China, Japón, Corea, Vietnam, Indonesia etc. Son capaces actualmente de inspirar una mayor fortaleza emocional en su habitantes. Quizá una enorme mochila de sufrimientos del pasado cercano, quizá han reflotado sus tradiciones del Tao, del Budismo, del Zen; que fueron reprimidas por los ingenieros sociales del siglo XX. En cualquier caso, esta es mi percepción, de simple observador: Ciudadanos, mejor dispuestos al trabajo, al sacrificio, a formar familia y a las restricciones que imponga el poder político, y mejor disposición a verlo como legítimo. El fenómeno de resistencia en Hong Kong, nominalmente muy menor, es el relato de personas más identificadas con la cultura occidental, atrapados en una cultura política a la que deberán adaptarse o bien migrar.

El ambiente de los medios de prensa, los lemas de los indignados, el carácter de las protestas públicas, los saqueadores y quemadores de autos policiales; hablan todos de una degradación del espíritu que hizo grande a EEUU en el pasado. La emocionalidad de su juventud parece muy frágil. Decir hoy en EEUU “milenials”, es significar a un señorito frágil y fácilmente ofendible; muy diferente a aquellos que combatieron en Iwo Jima o en las Ardenas. Decir “make America great again“ es un bello lema, pero para hacerlo efectivo se necesita de los norteamericanos de antaño. Además, lo invoca un líder mediático que hizo de la farándula boba su negocio hace quince años. ¿Será creíble? ¿Se imaginan Uds. al premier chino o japones participando en reality shows?

La historia es útil como magister vitae, pero nunca se repite idéntica porque siempre las circunstancias son variables. El arte de gobernar conoce hoy diferencias con experiencias pretéritas. Ejemplos: demografía expandida y tecnología en vertiginosa mutación. China en particular y las potencias orientales en general van en ascenso; occidente, liderado por EEUU, no.  Es importante que la diplomacia chilena, antes de arrancarse ensillada con encasillamientos entre buenos y malos, sea pragmática y escoja caballo ganador. Hay buenos precedentes en nuestra historia diplomática. Lo hicimos así en la segunda guerra mundial donde anduvimos pisando huevos mientras la contienda no se decidía. Los conflictos que se avecinan no son nuestros, pero nos afectan y mucho. Preferir una u otra opción por superficialidades siempre es un peligro posible cuando la élite que nos gobierna padece de buenismo bobo.

Junio 2020

 

 

 


domingo, 14 de junio de 2020

EL VICTIMISMO

EL VICTIMISMO

El hombre es un animal racional. Para actuar en el mundo, se forma una representación de éste, usando su inteligencia con una intensidad y precisión que lo hacen único en la naturaleza conocida. Es capaz de leer dentro de las apariencias del mundo, las consecuencias de sus fenómenos. Lo hace con mucho mayor precisión y alcance que el resto de los animales, gracias al pensamiento racional.

Pero el hombre no es nativamente racional o más precisamente, lo es solo en potencia. La racionalidad surge de su motivación extraordinaria por asegurar el futuro. Digo extraordinaria por cuanto los demás seres vivos también tienen necesidades a futuro, como perpetuar la especie; pero por no manejar la racionalidad, su proyección del futuro es limitada. Solo el hombre se pre-ocupa.

No obstante, es importante recordar, que el pensamiento racional se forma sobre una base no racional. El mundo nos impacta y estimula nuestra sensibilidad; y basados en esa emoción primaria, construimos racionalmente una representación del mundo. Esta es la función básica de la inteligencia: interpretar nuestras emociones, ordenándolas racionalmente. Así lo hacen los niños.

Pero el hombre tiene por condición no satisfacerse con esa racionalidad básica. Luego de formarse esa representación del mundo puede “ensimismarse” para usar más intensamente su racionalidad, dándose certezas y trazando un plan hacia el porvenir. Fijarse propósitos, es lo que nos distingue de los otros seres vivos más o menos complejos, Es así como usamos nuestra inteligencia cronológicamente, proyectando nuestro devenir, en ordenes de magnitud incomprensibles e inconmensurables para el resto de los animales.

Sucede en el desarrollo de las comunidades humanas una dinámica que pretendieron interpretar O. Spengler y A. Toynbee[1] en el siglo pasado: La comunidad humana va “sofisticándose” hasta su fatal colapso (fatal según esos historiadores), acumulando técnicas que hacen la vida humana, individual y socialmente, más fácil. Vivimos, creo yo, una de esas épocas de plenitud, donde la técnica nos rodea en tal magnitud, que el hombre individualmente va perdiendo su aptitud de darse soluciones él mismo a través de su inteligencia. El hombre usuario de la ultra-tecnología, paradojalmente deja de ser el individuo nativamente tecnológico y se hace más vulnerable y dependiente de la sociedad. Un hombre del siglo XVIII y anteriores, debía manejar un arsenal de habilidades técnicas directamente él, para poder sobrevivir. El hombre del siglo XXI puede vivir siendo un auditor-espectador completamente pasivo, por cuanto dentro de otros mecanismos a su disposición está el dinero como hoy lo conocemos -formidable invento técnico del último cuarto del siglo XX[2]- el que nos permite vivir más o menos holgadamente, proveyéndonos de bienes y servicios que hacen posible la vida cotidiana. Y gran parte de la humanidad vive en esa condición, con un casi total desconocimiento de como funcionan todos los artefactos e instituciones tecnológicas que nos rodean y que hacen posible nuestra vida cotidiana.

Esta tan artificial condición que rodea al hombre contemporáneo, es -creo yo - la causa basal de tantísima estulticia que inunda la vida social. En efecto, la realidad, o la circunstancia diría Ortega, impacta emocionalmente los sentidos y la función básica de la inteligencia es -como señalé- crearse una representación del mundo fundada en ese impacto. Luego de ese ejercicio inicial de la razón, el hombre de los siglos pretéritos, debía necesariamente ensimismarse para trazar el propósito radical de su vida individual. Aquello era esencial para sacar su vida adelante. Sin ese ejercicio racional se arriesgaba a perecer superado por las circunstancias. En una sociedad menos artificial que la nuestra, donde las personas manejasen nativamente ese arsenal de habilidades para encarar el medio natural, la fortaleza que inspiraban esas habilidades, nos ofrecía una representación del mundo no contaminada por la angustia.

Angustia; temor opresivo sin causa precisa. Esa es la verdadera pandemia que asola a la humanidad que vive bajo las circunstancias de la modernidad tecnológica. Es una emoción solapada que se esconde en diversidad de actitudes y también en poses pretendidamente intelectuales. Saberse tan precario e impotente frente a un medio tan pródigo en cosas nos genera un desasosiego muy intenso. El opio para superar esta angustia es el dinero. Carecer o arriesgarse a carecer de este funny paper es causa de enorme desasosiego. Esta angustia escala a una verdadera aversión al riesgo y una demanda hasta el límite del absurdo, de seguridades.  Es la angustia de saberse presos en esa jaula dorada que mencionó Max Weber, angustia de la cual ha surgido una representación del mundo gravemente torcido.

La angustia paraliza. Impide que pasemos a la segunda fase de la racionalidad, la más provechosa de este don; el forjarnos un trazado, un programa vital, un plan de ataque a las circunstancias que nos rodean; el ejercer nuestra genuina humanidad libertaria. Morosos de cumplir con esta tarea que nos permite nuestra condición, es fácil ceder al síndrome de las masas según la define Ortega y Gasset[3].

Señalé que este fenómeno es causa de poses pretendidamente intelectuales porque el cuerpo de ideas que identifican esta emoción paralizante de la angustia no es fruto de un examen del hombre en su globalidad. No es fruto del ensimismamiento. Los portaestandartes de los “indignados” modernos se encierran en recetas y constructos ideológicos cerrados. Para “recoger esta inquietud”[4] la generación de intelectuales franceses de la post guerra han sido los portaestandartes de constructos intelectuales por los cuales millones de hombres masa nos sorprenden cotidianamente con las rebeliones más absurdas que se tenga conocimiento, desde que los teólogos de Bizancio discutían sobre el sexo de los ángeles, con los turcos ad portas. El radicalismo de estos constructos intelectuales, despreciando las evidencias de la realidad más elementales, edifican inferencias que llevan al desprecio de la realidad empírica, tildada como “relato”. Reconozco que a la mayoría de estos autores no los he leído ni lo haré porque hacerlo me representa por lo aburrido, una condena a las galeras. Pero me he esforzado en hundirme en la lectura de Jaques Derrida, autor de libros con lomo[5]. Sorprende la validez que le concede la “intelligentia” académica a un autor de extensas galimatías, tan inútiles como un tratado sobre el número de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler. La deconstrucción derridiana se podría sintetizar en un, “no se de donde viene el mundo, a donde va, ni me interesa saberlo. Tengo tiempo y dinero para darme ese lujo. En cualquier caso, el orden social capitalista, patriarcal (y otros anatemas); hay que destruirlo porque es opresivo”.

Marx se refiere a la opresión, con un fundamento bastante empírico: la condición de los obreros del siglo XIX en las ciudades industriales del Reino Unido. Ya no existe esa opresión. Pero la palabra “pega” y el post marxismo la usa para caracterizar cualquier fenómeno. En efecto, para las “doctrinas” post modernas, hijas de esta visión del mundo deconstruido, la sociedad es por definición opresiva. Si; en esa misma sociedad ultra tecnológica que hace posible vivir y ganarse el pan sin el sudor de la frente, en doctrinas nacidas en los idílicos y pacíficos cafetines parisinos, paladeando un sabroso calvado y una pipa de tabaco aromatizado, se infiere una conducta muy en boga: El victimismo.

Los homosexuales son víctimas, los niños son víctimas, los negros son víctimas, los indios son víctimas, las mujeres son víctimas, los que delincuentes terroristas son víctimas, los que ensucian y destruyen la ciudad son víctimas, los trabajadores, los empleados, los pensionados, los consumidores, y una larguísima lista de etcéteras. Jocosamente esta expansión exponencial de las víctimas, va reduciendo el número de victimarios hasta límites también absurdos.[6]

En su libro (que he releído tres veces) El Mundo de Ayer, Stegfan Zweig nos relata el colapso de la Europa ilustrada por la estulticia de las elites. ¿Recrearemos la autodestrucción de nuestro mundo ultra sofisticado? ¿Serán capaces los indignados con su estulticia de demoler este orden social que ha casi erradicado la pobreza, la enfermedad y transformado el mundo en un lugar infinitamente más propicio para la vida humana?

No creo en las doctrinas de Spengler sobre la fatalidad de la historia, ni de ninguna escatología en boga que huela a determinismo humano o divino. Pero tengo que reconocer que me cuesta imaginar por donde podemos salir de este atolladero en que se encuentra el mundo occidental, creado a mi juicio, por el mismo facilismo de la vida moderna.

Junio 2020



[1] La Decadencia de Occidente y Estudio de la Historia

[3] La Rebelión de las Masas

[4]  ¡Qué giro idiomático más característico del buenismo en boga!!

[5] Mi profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile don Hugo Rosende Subiabre, se refería de ese modo a los libros de tratadistas qué según él, decían lo fácil de un modo difícil. Me consta que don Hugo nos enseñaba lo difícil de un modo fácil.

[6] De pronto una mujer mapuche y empresaria, es por definición victimaria.


miércoles, 10 de junio de 2020

DERECHOS HUMANOS Y DEBERES HUMANOS


DERECHOS HUMANOS Y DEBERES HUMANOS

Uno más uno es igual a dos. No hay duda. Si digo uno más cero es igual a dos, estoy diciendo una falsedad o un error. Una falsedad es una maquinación de la verdad para generar una representación de la realidad mañosamente deformada. Un error en cambio es una equivocación de buena fe; no tiene intencionalidad alguna. ¿Cómo discernir si la respuesta uno más uno es igual a cero, es falsa o es errónea?

El derecho positivo, esto es, las normas jurídicas que la sociedad se ha dado para su ordenamiento y convivencia; son creaciones intelectuales. Existen para ordenar conductas a un deber ser. Si fuésemos hormigas y en nuestra programación genética fuese como las de aquellas, no necesitaríamos del derecho. Nos conduciríamos ineludiblemente de la manera que es conveniente para todo el hormiguero. Pero dada nuestra extraña naturaleza libertaria requerimos del derecho para someternos a una conducta que sea funcional a la comunidad humana. El derecho es una prescripción de conducta. No una descripción de conducta.

Sergio Micco, director del Instituto de Derechos Humanos ha dicho “no hay derechos sin deberes”. En efecto si yo prescribo, en ejercicio de un poder soberano, una norma jurídica; por ejemplo “Se prohíbe matar a un ser humano”, estoy generando dos consecuencias: estoy prescribiendo a cada persona sometida a ese poder soberano que no debe matar, y estoy confiriéndole un derecho a exigir que no le quiten la vida. Así, como uno más uno es igual a dos, un derecho importa de manera ineludible un deber. Es lo que afirmó Micco. Si por el contrario yo digo hay derechos sin deberes, estoy incurriendo en una falsedad o en un error.

Claudio Grossman, ex militante del MAPU y ex presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, respondiendo a una pregunta de la periodista quién le consulta si “está de acuerdo” con esa afirmación de Micco, responde que “no está de acuerdo”. Pero Micco está diciendo simplemente que uno más uno es igual a dos. Grossman pretende fundamentar su respuesta con argumentos que para un abogado están fuera de lugar, haciéndole creer al lector lego, que Micco habría dicho que el transgresor del derecho carece de derechos, lo que es falso. La respuesta de Grossman, ¿Es un error o una falsedad? La alcurnia intelectual y profesional de Grossman permiten dudar fundadamente que sea un mero error.

Sucede que los derechos humanos, no son meramente, un conjunto de leyes o normas codificadas y defendidas por cuerpos colegiados internacionales de gobernanza global. Es más que eso; es una doctrina. Y más que una doctrina; una doctrina intangible. Una doctrina es un cuerpo de ideas. Que se asuman como verdad intangible, quiere decir que no pueden tocarse, ni ser sometidos a cuestionamiento. Pretenden una condición sacrosanta. Y sucede que Grossmann es uno de sus hierofantes. Cualquier cuestionamiento, aunque fuere una verdad como que uno más uno es igual a dos, debe ser anatemizada. Sérgio Micco es un blasfemo. De nada le vale argumentar. Como es un político y le interesa mantenerse arriba del poder, lo veremos próximamente haciendo un auto de fe, paseándose por las calles flagelándose con el gato de nueve colas y proclamando su arrepentimiento.