El positivismo filosófico fundado por Augusto
Comte, propuso que el hombre alcanzaría el progreso en base al orden racional;
e hilvanando los fenómenos por sus causas alcanzaríamos finalmente un nirvana
racional donde todo a nuestro alrededor sería conocido y explicado. Hoy aquello
nos parece de una puerilidad casi infantil. La física cuántica nos enseña que
la materia tiene una conducta caprichosa no causal; y la cosmología se da de cabezazos
para entender fenómenos como la gravitación de las galaxias y ha inventado el
concepto de materia oscura, para poder parchar la ley de
gravitación universal y que esta nos siga proporcionando una explicación plausible,
de cómo y por qué el cosmos funciona como lo hace.
Pero el positivismo, esta filosofía coja, es la que
aun impera en el mundo y barremos sus errores y contradicciones bajo la alfombra.
Lo que rodea nuestra vida cotidiana, la tecnología; condiciona nuestra
perspectiva del mundo; porque la tecnología es el fruto del positivismo
filosófico. Y de ahí nace a mi juicio, el fenómeno que relataré en base a un silogismo
más o menos simple; si la técnica edificada en base al conocimiento racional
funciona, ergo, en los fenómenos humanos para edificar las llamadas ciencias
humanas, debe funcionar.
Para explicar, que es el individuo humano, que lo
motiva, que es la colectividad humana, por qué existe como se ordena etc. Existen
premisas racionales que a veces con intolerancia y negacionismo a las
evidencias empíricas, pretenden gobernar el debate contemporáneo. Pero como la
insumisa realidad anda suelta mostrándonos evidencias que hacen saltar en
pedazos esas premisas, hay quienes se encierran en sistema ideológicos
que los protegen de esa perplejidad.
Hasta ahí
todo bien: cada quien es libre de explicarse el mundo como quiera, de ser señor
de sus aciertos y esclavo de sus errores. El problema surge cuando se quiere
gobernar a las sociedades humanas en función de sus falacias. Desde las
revoluciones burguesas de mediados del siglo XIX nos vienen “friendo los huevos”
las ideologías con pretensiones de imperio en la realidad humana, habiendo cooperado
en el siglo XX al desarrollo de los genocidios más espantosos de la historia
humana.
Hoy, el positivismo adquiere una cara rosada pero
no por eso menos violenta que sus parientes del siglo pasado. Es lo que
describiré como el buenismo. Sus apóstoles, los buenistas, crean un
mundo ideal donde toda interrelación humana debe estar, y en consecuencia está
sin discusión posible, animada por las buenas intenciones y toneladas de derechos.
“Lo quieres lo puedes” como decía una publicidad comercial. La academia universitaria
incluso, está cooptada por este buenismo[1]
y aquello es muy mal augurio para el futuro porque de la academia surgen los
líderes y son estos los que dibujan la realidad próxima.
El que describe la realidad que nos rodea contradiciendo
las premisas buenistas es a veces violentamente denostado aunque describa
realidades evidentes. Solo cabe esta realidad ideal de ositos de peluche. Pero,
si es tan buena la realidad deseada, ¿porque deriva en violencia? La
violencia surge del miedo. Y el hombre por naturaleza tiene miedo a lo
desconocido. Una explicación consistente de la realidad (donde sus partes
cuadran entre sí) me hace descansar en seguridades hacia el futuro. Quien le
saca un naipe de la base a mi castillo, derrumba mis explicaciones y por ende
mis seguridades sobre el futuro. ¿Cómo reacciono? Pues con violencia. De ahí
nace este género de intolerancia y violencia.
Por ejemplo; ¿Los homosexuales son un tercer sexo?
Respuesta; absurdo, irreal, ficticio, falso, contradictorio con la realidad que
nos rodea. Entonces, si a mí falacia respondes con la realidad, yo te condeno a
la irrealidad también: Las categorías hombre y mujer son falsas; creaciones
irreales. Todos somos iguales porque todos somos un constructo lingüístico. Respuesta;
falso absurdo, irreal etc. etc. Entonces, por oponerte a mi buenismo, anatema
est; eres autor de un pecado contra el espíritu: Eres intolerante.
La tolerancia es importante para
edificar una sociedad democrática. Pero la tolerancia no es una aceptación del
error ni del mal. La tolerancia es la aceptación de nuestra limitación epistemológica,
que determina que siempre vemos los fenómenos desde una perspectiva, porque
carecemos de lo que creemos es la visión de Dios, en trescientos sesenta grados
y tridimensional. Los que viven junto a una catarata no perciben su estruendo:
es necesario poner una distancia entre lo que nos rodea inmediatamente y
nosotros, para que a nuestros ojos adquiera sentido. Dios es la perspectiva y
la jerarquía: el pecado de Satán fue un error de perspectiva[2]. Pero aunque tomemos esa
distancia seguimos viendo la realidad desde un punto de vista.
El buenismo radicalmente intolerante, dentro de
otras confusiones epistemológicas, confunde el concepto de la tolerancia. Negar
que dos más dos son cinco, no es intolerancia; es inteligencia. Intolerancia es
otra cosa; es ser incapaces de ponernos en los zapatos del prójimo para
saber cual es su perspectiva con la que ve y describe un fenómeno. Cuando a
Jesús le presentan a la adultera, a los acusadores no les argumenta que la
conducta de la pecadora es la correcta; les cambia la perspectiva del problema.
El resultado es que los acusadores ven una realidad que en principio no estaban
viendo y cambian de conducta en base al poder de la inteligencia.
Pero la tolerancia no es la única virtud para
construir la convivencia democrática. Si no va acompañada de la voluntad de
verdad, ella en vez de servir degenera en un artilugio de la mentira. Si la
verdad duele porque abre fisuras en nuestro mundo de seguridades, debemos
enfrentarla; no negarla.
Junio 2020
[1]
Estos
errores, desde la academia se traspasan a la sociedad. Por ejemplo, el año 1975
llegó desde Alemania (sociedad aun traumada por la guerra) a mi Facultad, la
Escuela de derecho de la Universidad de Chile, don Enrique Cury, luego de hacer
master y doctorados en “ciencias penales”. Sus ideas permearon la doctrina de
derecho penal y han hecho posible el sistema penal garantista que hoy nos rige;
y que la sociedad entera debe sufrir cotidianamente en base a sus premisas erróneas.
It doesn´t work, pero va conforme a los “principios intangibles”. Porque
siguiendo aquel lema de Lenin “si la realidad contradice a la revolución, pobre
realidad” el buenismo es intransigente con los datos empíricos.
[2] De “Meditaciones
del Quijote” José Ortega y Gasset.